miércoles, octubre 18, 2006

Polanski: el último rebelde

"El 13 de marzo de 1943, mi padre me despertó poco antes del amanecer. Cortó tranquilamente el alambre de púas. Me dio un rápido abrazo y atravesé el alambrado por última vez".

La frase se lee en sus memorias, que tituló simplemente Roman (no editada en nuestro país) y publicó en 1984. El cineasta Roman Polanski era entonces un niño en un gueto. Ahora tiene 72 años y reivindica la esperanza.

Viajamos a Brasil para entrevistarlo. Escenario de tierra seca y naranja, de pirañas disecadas devenidas en souvenir, de aires calientes y cielos teñidos de azules y grises tumultuosos, de soles brillantes y anaranjados,Manaos es la puerta misma al Amazonas y ciudad testigo de la "endemoniada locura" de Klaus Kinski y Werner Herzog en Fitzcarraldo. Aquí está Polanski, el hombre que sobrevivió al Holocausto, que sufrió la pérdida de su madre en una cámara de gas en Auschwitz; el cineasta que en la cumbre de su carrera debió lidiar con el dolor y la prensa sensacionalista, cuando Sharon Tate, su mujer, embarazada, y un grupo de amigos fueron masacrados por miembros de la secta liderada por Charles Manson. El mismo hombre que huyó de los Estados Unidos luego de declararse culpable del delito de tener relaciones sexuales con una menor de edad. El cineasta cuya obra tiene el poder de sacudir y conmover tanto por medio del humor negro e incisivo como por la violencia silenciosa, profunda e intensa, que suele hacerse terrorífica. Un cineasta que ha conseguido lo que muy pocos: una gran personalidad creadora.

Es martes. La lluvia da paso al sol y el reloj marca las 17. Polanski espera en uno de los cuartos del tercer piso del hotel Tropical. Un atípico edificio, enorme, laberíntico, repleto de carteles indicadores que sirven de apoyo al pequeño mapa que cada huésped lleva consigo, como si se tratara de una vieja brújula. Allí estamos, con la guía en la mano, tratando de no perdernos en esos pasillos oscuros, asfixiantes, de maderas crujientes, intentando sobrevivir. Llegamos a la puerta. Por un instante, los malhumores recogidos en entrevistas al cineasta polaco vienen a la mente como fantasmas. Sin embargo, se abre la puerta y ahí está Polanski con su mejor sonrisa. Primero estira su mano. Luego, sorprende con dos besos, uno en cada mejilla, que se suman a un saludo en un correctísimo inglés al que instintivamente, con una irracional sensación de riesgo en el estómago, el interlocutor sólo puede agregar: "Hola, ¿cómo está?". El hombre, que no mide más de uno sesenta y cinco de estatura, de canas pronunciadas que enmarcan su cara eternamente joven, responderá sin titubear. Lo hará en un castellano que aprendió durante su larga estancia en España y en relaciones con diversos artistas hispanohablantes, como la que mantuvo con el cineasta argentino Leopoldo Torre Nilsson.

Tres sillones blancos y blandos rodean una pequeña mesa ratona ubicada en la sala de su habitación. Tres botellas con agua y una con jugo de guaraná descansan sobre la mesa. Antes de sentarnos, Polanski da tres pasos hacia atrás para detenerse en la remera que lleva puesta esta cronista. No es una remera cualquiera. La imagen en blanco de Franz Kafka sobre la tela negra y la palabra Praga escrita en letras blancas lo sorprenden. Sabíamos que esa remera era una buena manera de romper el hielo. Praga fue la ciudad elegida por él para reconstruir la Londres del siglo XIX durante el rodaje de Oliver Twist, su más reciente producción, y Kafka, uno de los últimos autores que interpretó en teatro. "No fue fácil convertirme en cucaracha todas las noches", dice acerca del personaje de La metamorfosis al que le puso el cuerpo.

Ya sentados frente a frente, pregunta: "¿Te molesta si fumo?". Y enciende un gran cigarro y dibuja un círculo en el aire.

La excusa para este encuentro es Oliver Twist, la película inspirada en el clásico de Charles Dickens con la que se cerró la segunda edición del Amazonas Film Festival. "La vida no es sólo fantasía, y esta historia muestra el vacío y el dolor de los niños que no son atendidos, que no son contenidos; muestra a esos niños que sufren abusos, soledad. Quise hacer una película que ofreciera algo más que efectos especiales. Busqué dejar algo en el corazón de los chicos. No soy un anti-Harry Potter; está bien que los haya, pero también son necesarias estas historias, porque son vividas, porque aún hoy somos testigos de la pobreza, del abuso al que están sometidos los niños. No hay que irse muy lejos: Río de Janeiro es un ejemplo, América latina lo es. Un niño huérfano en un país en desarrollo siempre parece ser el mismo y siempre tiene un destino similar. Hablamos de prostitución, de asesinato, de trabajos forzados, de esclavitud y del peor de los dolores. la soledad, la falta de afecto."

Mirar para atrás: eso es lo que Polanski se propuso en el último tiempo, como un recurso para cerrar heridas o, por lo menos, para ya no mirarlas con el mismo dolor. Como en una especie de exorcismo, comenzó a hablar de su vida, no de manera directa, sino a través de historias de otros, pero que de alguna forma lo han tocado de cerca. Vivencias como las que revivió en El pianista y ahora en Oliver Twist.

"Muchos pueden pensar que dormir en una cama dura o pasar hambre es lo peor que a uno puede ocurrirle; es terrible, sí, pero la falta de padres es mucho peor aún."

El pequeño Polanski pasó su infancia en el gueto de Cracovia, donde llegó a ser utilizado como blanco humano por los nazis durante los ejercicios de tiro. Fue separado de su madre, y luego de su padre, que logró sobrevivir al campo de trabajo de Mathausen, en Austria.

De allí adelante Polanski iría de casa en casa, primero a la de una familia católica que no resultó lo que él y su padre esperaban. El pequeño Roman huyó y dio con una familia rural que cuidaría de él hasta terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando se reencontraría con su padre.

En las imágenes de Oliver Twist hay una carga de dramatismo y realidad tan fuerte como la descripta por Dickens, quizá porque en ciertos pasajes Polanski no ve a Oliver, sino que se reencuentra con aquel niño nómada en busca de un hogar, como ocurre en la escena en la que Twist decide partir rumbo a Londres. Allí, la cámara de Polanski se acerca a los pequeños pies. Las botas agujereadas dejan pasar el agua y el frío, y los pies llegan ensangrentados a la gran ciudad. "Yo sé muy bien lo que son las caminatas largas, sin agua y sin alimento, sin medias, sin botas -dice-. Yo sé lo que es tener los pies ensangrentados mientras se busca un lugar. Sé lo que es sentirse abandonado. Se siente en la piel."

-Hubo una época en la que usted no se permitía mirar hacia atrás, ni siquiera permitía mencionar su pasado ni trazar un paralelismo entre sus obras, en las que era evidente el exorcismo de sus fantasmas. ¿Qué lo hizo cambiar de parecer? -Pasado. Cómo les obsesiona mi pasado... (Hace una pausa y mira fijo). Es curioso, pero el pasado me afecta más ahora que cuando era joven. Hay momentos en los que uno necesita mirar hacia atrás. Yo sentí esa necesidad cuando nacieron mis hijos (Morgane, de 13 años, y Elvis, de 7).

Esa necesidad es la que también lo impulsó a limpiar su nombre en un juicio por calumnias contra la revista Vanity Fair, en julio de este año, que difamó al director al asegurar que había hecho avances sexuales con una modelo escandinava en agosto de 1969, camino al velatorio de Sharon Tate, su esposa asesinada. En su declaración, el realizador de El pianista admitió haber tenido muchos encuentros sexuales casuales y haberse embarcado en una etapa de desenfreno. "Muchas mentiras se han publicado sobre mí, la mayoría de las cuales he preferido ignorar", aseguró luego de conocerse el veredicto en su favor, ante la mirada de su mujer y madre de sus hijos, la actriz Emmanuelle Seigner, hoy de 39 años.

"Desde la muerte de Sharon -aunque exteriormente parezca lo contrario- mi alegría de vivir sufrió un desgarro", escribió Polanski en su autobiografía.

Prefiere no hablar de esa bella mujer de la que se enamoró durante el rodaje de La danza de los vampiros. Sólo se permite una reflexión: "Antes de que la tragedia golpeara mi vida, yo tenía un razonable prestigio como director, pero luego mi nombre se convirtió en sinónimo de escándalo".

Como el escándalo que lo expulsó definitivamente de los Estados Unidos, luego de declararse culpable del delito de tener relaciones sexuales con una menor de edad, en 1977, razón por la que huyó del país mientras se hallaba en libertad condicional y por la que aún hoy es un fugitivo de la justicia de los Estados Unidos. Cuando Polanski recibió el Oscar por El pianista, la víctima dijo, en el popular programa de Larry King, que lo perdonaba.

Dice que no es el mismo. A los 72 años, el director de las asfixiantes imágenes de Repulsión y El bebé de Rosemary asegura que es otro: "Sólo la piel es parecida".

-¿Dónde quedó el enfant terrible? -Eso dejáselo a Tarantino -ríe, y vuelve a dibujar en el aire con el humo de su cigarro.

-Pero aquel Polanski ha dado a luz obras maestras, como Cul-de-sac, El cuchillo bajo el agua, Repulsión. -Son sólo pecados de juventud.

-¿Pecados de juventud? No puede contestar eso porque usted, además, es un cinéfilo, y como tal debe reconocer el talento en sus filmes. -Está bien. Sigo disfrutando de La danza de los vampiros y estoy muy satisfecho con lo que ocurrió con El pianista.

-En una de sus visitas a Buenos Aires (fueron dos, una en 1974 y otra en 1980), cuando presentó Tess (la maravillosa película con Nastassja Kinski), dijo que las películas son como las mujeres, siempre se prefiere a la última. -¿Yo dije eso? No lo creo.

-¿Qué es?, ¿otro pecado de juventud? (Deja escapar una carcajada y responde) -El problema es que ahora la comparación resulta imposible.

Casado desde hace 17 años con Seigner -nieta del célebre actor de la comedia francesa Louis Seigner-, Roman Polanski encontró en la vida familiar un espacio de paz y contención. "Soy un hombre de familia", dice, y a uno le parece estar escuchando una frase salida de otro personaje.

"Uno no puede ser un enfant terrible toda la vida", cuenta, con una mirada cómplice. La seducción es otra de sus marcas personales: ante sus encantos se han rendido bellísimas mujeres, como Catherine Deneuve, Barbara Lass, Sharon Tate y Nastassja Kinski.

En este momento de la entrevista, la agente de prensa se acerca y dice que ya es tiempo de finalizar el encuentro. Pero Polanski hace oídos sordos y pide chocolates. En menos de un minuto los bomboncitos rellenos de frutas típicas están sobre la mesa. El hombre come uno de un bocado. Otra vez los ojos chiquititos, que brillan como los de un niño, vuelven a iluminar el rostro de un hombre del que se decía que vivía de malhumor, dispuesto a maltratar a la prensa y a contestar con monosílabos rotundos. "Ser padre me ha hecho más paciente y tolerante", asegura sonriente.

-También le ayudó a recobrar el sentido del humor. -El buen humor me ha cambiado para siempre. Estoy satisfecho con lo que veo, con lo tengo, con lo que hago.

-En sus últimas películas, tanto en El pianista como en Oliver Twist, aparece un Polanski optimista... (Interrumpe) -Es que soy un hombre optimista.

-¿Desde cuándo? -Siempre lo fui. ¿No me creés? Podés poner: Polanski es optimista.

Insiste en que lo es, a pesar de lo que ocurre en Europa con los brotes de nazismo e intolerancia, con los ataques terroristas y el fanatismo religioso: "El propio Charles Dickens asegura en Oliver Twist que el hombre, en principio, es una criatura buena, y yo estoy seguro de ello".

No quiere hablar de proyectos: "Prefiero decir que me gusta vivir el día a día". Tampoco quiere responder nada referido a sus razones para seguir filmando. Sin embargo, asegura que "la aventura" es lo que lo impulsa a tomar una cámara; el mismo espíritu que desde niño lo empujaba a ver una y otra a vez a Errol Flynn en el papel de Robin Hood, en el cine de Cracovia. La vida quiso que el cine se convirtiera en su pasión dominante: "Mi único escape de la depresión y la desesperanza, que tan a menudo me apabullaban", relata en su biografía, la misma en la que recuerda haber visto propaganda nazi a través de cercos de alambre de púas y haber vivido sin una meta.

"Fue Andrezj Wajda quien una vez me dijo que un artista debe saber convivir con la dicha y la desdicha. Y creo que he sabido hacerlo."

Es hora de despedirnos. Pero queda tiempo para una última pregunta: ¿cuál es el secreto de esas maravillosas e irrepetibles imágenes que ha dado buena parte de su cine?

En un susurro, confiesa la clave de su mirada: "Es que todo lo veo desde mi uno sesenta y cinco".

Perfil: Nació el 18 de octubre de 1933 en París, de padres polacos judíos. Cuando tenía tres años, la familia se mudó a Cracovia. En 1941, su padre fue deportado al campo de trabajo de Mathausen, Austria, y su madre a Auschwitz, de donde nunca regresó. Durante esa época vivió con diferentes familias polacas.

A los 14 años, comenzó a trabajar como actor. En 1955, el realizador Andrzej Wajda le ofreció un pequeño papel en A Generation, a la que le siguieron tres películas. Ese mismo año fue aceptado en la escuela de cinematografía de Lodz. Sus cortos Dos hombres y un armario y Cuando los ángeles caen ya daban cuenta de su estilo agudo.

En 1962 estrenó su ópera prima, Un cuchillo bajo el agua, que le valió una nominación al Oscar como Mejor Película Extranjera. Luego le seguirían títulos como Repulsión (1965), con Catherine Deneuve, y Cul-de-sac (1966), ambos premiados en el Festival de Berlín.

En 1967 realizó La danza de los vampiros, que él mismo protagonizó junto a Sharon Tate. En 1968 estrenó El bebé de Rosemary, con Mia Farrow. El 9 de agosto de 1969, su mujer, Sharon Tate, apareció colgada de una soga en el living de su casa, luego de haber recibido 17 puñaladas a manos de miembros del clan Manson.

En 1974 dio a conocer Barrio chino, una perturbadora pieza de cine negro que recibió once nominaciones al Oscar. Tres años después, confesó haber mantenido relaciones con una chica de 13 años en la casa de Jack Nicholson y huyó de los Estados Unidos. En Europa siguió trabajando y estrenó filmes tales como Tess, Búsqueda frenética, La muerte y la doncella y La última puerta.

En 2000 fue declarado ciudadano de honor de Lodz, Polonia. En 2001 volvió a trabajar a las órdenes de Andrzej Wajda, en el film Venganza. En 2003 recibió el Oscar por El pianista, su película más personal. Por la causa judicial que tiene pendiente en los Estados Unidos no participó de la ceremonia. La estatuilla le fue entregada cinco meses después, en Francia, por su amigo Harrison Ford.

Fabiana Scherer Diario La Nacion/Buenos Aires/2005

1 comentario:

nube. dijo...

tremenda nota