miércoles, octubre 11, 2006

Sobre gustos no hay nada escrito

Adoro el tiempo fresco y seco, detesto el calor, y si es húmedo puedo llegar a maldecirlo a niveles extremos; no me gustan las islas tropicales, la paso mal en las selvas y sus inmediaciones, no haría un safari por Africa ni siquiera invitado por un canal de TV con todos los gastos pagos y un suculento cachet en euros. El campo me gusta por uno o dos días, tres como máximo, y no me puedo enganchar en ningún intento de vivir sin luz eléctrica ni agua corriente, por más "enriquecedora" que sea la experiencia; de cazar, ni hablar: ¿cargar en mi conciencia con la muerte de pajaritos y venados inocentes? ¡Jamás!

Los únicos deportes que practico son la canasta, la escoba de quince y, si estoy muy nervioso, el punto y banca. Pocas cosas me aburren tanto como el tenis, y el fútbol no me apasiona más allá de algún mundial donde mi país pueda ganar la copa. El sushi y las ostras me repugnan, no soy muy aficionado a comer perdices, cordero o pato, y de los agridulces prefiero pasar.

Sigo portando una anticuada carterita de cuero negro donde guardo porquerías inútiles, y no me verán calzando zapatillas, salvo que algún personaje me lo exija. Soy de la época en la que uno iba a las playas de Olivos vestido de pies a cabeza y organizaba un strip-tease sin erotismo alguno sacándose todo el atuendo para quedar en shorts bien shorts, o sea cortitos, y no he podido ponerme unas bermudas ni en las Bermudas.

No habrá cirujano plástico que me convenza acerca de lipoaspiraciones, liftings, estiradas, refrescadas y extirpación de ojeras. No he visto a ningún extraterrestre ni a objetos voladores no identificados y no me verán bajando de Internet ningún próximo estreno cinematográfico.

Nunca llevo cámara fotográfica en mis viajes de vacaciones o en mis giras de teatro por los lugares más hermosos de la Argentina. No me importa si los servicios son privados, estatales o mixtos, argentinos o multinacionales, lo que sí me importa es que sean servicios sin fallas de suministro o de su ministro que falla. Nunca jugué a la quiniela, no soporto los documentales sobre insectos y reptiles en primerísimos planos, por más ecológicos que sean. Me aburro soberanamente con las películas muy complicadas y también con las demasiado previsibles. No sé nadar ni andar a caballo; pero eso nunca me ha quitado el sueño no vivir en Hollywood y no creo que jamás me ofrezcan el rol de Robin Hood o el de Tarzán.

Me provocan vómito los reality-shows; prefiero mirar el videovisor que conecta con la puerta de calle y observar las actitudes muchas veces ridículas de los transeúntes. Reality por reality, me parece más auténtico.

Cada vez tengo menos tolerancia hacia la gente que no escucha a los demás, esos que jamás aceptan un "no" por respuesta e intentan convencerme de que yo tengo que hacer lo que ellos me proponen porque me conviene, o sea: aprender a nadar, calzar zapatillas, comer sushi, ver El gran hermano, morir de calor tomando sol cual lagarto en las rocas, ponerme bermudas, hacerme una lipo, ver serpientes y sapos por Discovery Channel, aburrirme soberanamente con una película iraní que trata la apasionante historia de un chico de siete años que busca en las ruinas de lo que fue su escuela un cuaderno de dibujos que nunca encontrará a lo largo de una hora cuarenta y cinco minutos o emplomarme con una mala versión norteamericana de una película de terror japonesa, irme al medio del campo a hacer vida silvestre o seguir el básquet de la NBA anotando todos los resultados en una libreta. ¡Y no me toquen la carterita!

Cada vez nos resulta más difícil comprender que lo que nos gusta a nosotros puede no gustarles a los demás. La búsqueda del equilibrio entre unos y otros es una tarea que debemos afrontar día a día y es increíble cómo el paso del tiempo nos afirma en nuestras preferencias y rechazos; lo que en un principio parece fácil de sobrellevar, se convierte en "diferencias irreconciliables" que generan divorcios, separaciones, enfriamiento de amistades y relaciones laborales de toda una vida.

Creemos que nuestros gustos e inclinaciones tienen que ser tolerados, pero, ¿somos tolerantes con las características y peculiaridades del otro? ¿Nos hacemos los comprensivos hasta que un día, de la nada, súbitamente nos viene un ataque dictatorial y queremos que el otro sea igual a uno y si no lo conseguimos no le hablamos más? Vivir y dejar vivir. Se dice fácil, pero debe de ser una de las cosas más difíciles de lograr en este mundo traidor.

Enrique Pinti

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