miércoles, octubre 11, 2006

Un tranvía llamado deseo

Los impugnadores del progreso insistirán en que las cosas no han cambiado tanto. Que las injusticias sobreviven perpetuándose por otros medios. Pero parecen siglos las apenas cinco décadas que nos distancian de los días en que una línea blanca segregaba a negros contra blancos en varios estados de Estados Unidos. Una línea blanca o el célebre apartheid “for whites only”. En trenes, en colectivos, en los bancos de las plazas. El comienzo del fin se puede fechar el 1º de diciembre de 1955, cuando una mujer negra de Montgomery, en el estado de Alabama, se sentó en la parte delantera de un colectivo, la más amplia y reservada a los blancos. O es lo que dice el mito. Lo curioso es que quien se encargó de contradecirlo fue la propia protagonista. Rosa Lee Parks murió esta semana, a los 92 años, resignada a que el mundo la recuerde como una cansina mujer dispuesta a todo por un asiento antes que como una experimentada militante pro derechos civiles.

Las cosas fueron de otro modo, y más complicadas. Hacía más de diez años que Rosa Parks militaba en una asociación nacional por los derechos de las “personas de color”, la Naacp, que se había fijado como objetivo dar batalla contra la segregación en los transportes públicos. Los choferes de colectivos conocían muy bien a Rosa. En 1953 debió bajarse de uno a la fuerza porque se negó a subir por la puerta trasera. En los años que siguieron, los choferes, cuando la reconocían, no se detenían.

El movimiento pro derechos civiles se fortaleció en los tempranos ‘50. El primer boicot a los transportes públicos se llevó a cabo en 1953, en el estado de Louisiana. Siguieron otros en Virginia. Veinticinco organizaciones locales querían realizar uno en Montgomery.

En 1955, una jovencita de 15 años fue obligada a bajar de un colectivo, y luego fue arrestada. La Naacp quería tomar el caso, pero la joven quedó embarazada y la organización decidió no hacerlo por motivos propagandísticos.

Rosa era mucho mejor prensa. Estaba casada, los vecinos la querían, no se le conocían grandes vicios, iba a la iglesia y estaba entrenada en la militancia.

Ese 1º de diciembre, Rosa salió de su trabajo, el negocio donde cosía y arreglaba ropa de hombres. Es cierto que estaba más agotada que otros días. Le dolían las piernas, los hombros, la espalda, la cadera y tenía la uña del dedo gordo encarnada. Encima, el chofer del colectivo, que no tuvo más remedio que detenerse porque la parada estaba repleta, era el mismo que la había obligado a bajarse hacía dos años. En contra de lo que el mito afirma, Rosa no se sentó en la parte de adelante, la reservada a los blancos. Le quedaba más cerca la de atrás. El colectivo estaba lleno. Las personas blancas eran mayoría. El chofer, con saña imperecedera, rastrea con la vista a Rosa. Le exige que ceda su asiento a un obeso de piel blanca y cachetes rosados. Rosa estaba sentada en la parte que le correspondía. Y además estaba cansada.

“Si no te levantás, llamo a la policía”, amenazó el chofer.

“A que no”, desafió Rosa.

La policía llegó y arrestó a Rosa. Desde luego, el boicot era inminente. El 5 de diciembre, y ante miles de personas, Martin Luther King exhortaba a la protesta y denominaba a Rosa “una de las ciudadanas más delicadas de Montgomery”. El discurso fue transmitido por TV. El 98 por ciento de la población negra de Montgomery participó del boicot, que duró nada menos que 381 días. El 20 de diciembre de 1956, la Corte Suprema instaba a la compañía de transporte a abandonar la segregación, luego de una serie de incidentes en los que no faltaron atentados a líderes negros y arrestos insólitos.

En las décadas que siguieron, Rosa continuó militando con virulencia en el movimiento por los derechos civiles, ligada a la promoción del igualitarismo jurídico. En 1996 visitó Sudáfrica y en el ‘99 recibió la Medalla de Oro del Congreso, el más alto honor norteamericano en materia civil. Su autobiografía, Rosa Parks: My Story fue publicada en 1992. Para entonces, su nombre era conocido en América y el mundo.

Sergio Di Nucci

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