martes, octubre 17, 2006

Paul Auster y Salman Rushdie: literatura, guerra y religion

NUEVA YORK.- Nacidos ambos en 1947 y amigos desde hace tiempo, Paul Auster y Salman Rushdie hablan de la guerra en Irak y los paraísos perdidos, el fanatismo globalizado de las sectas y las religiones, las crisis actuales y la política estadounidense.

Reunidos por Le Nouvel Observateur en una oficina cercana al Central Park, ambos escritores (dos verdaderas celebridades de la literatura mundial) hablaron también de sus nuevas novelas: "Brooklyn Follies", de Auster, y "Shalimar el payaso", de Rushdie.

-¿Cuándo se encontraron por primera vez?

P.A.: -Yo había escrito un artículo en The New York Times en el momento de la fatwa [una condena a muerte decretada por el ayatollah Khomeini] contra Salman. En aquella época daba clases en Princeton, donde organicé una velada de apoyo que reunió a numerosos escritores: Toni Morrison, Joyce Carol Oates, Russel Banks... Asistieron miles de personas, alumnos y profesores. Don DeLillo redactó también un texto para apoyar a Salman.

-Su novela, "Shalimar el payaso", es un fresco muy ambicioso, que se desarrolla en Cachemira, Los Angeles y Francia. ¿Por qué esta distancia geográfica?

S.R.: - El punto de partida de "Shalimar el payaso" es un asesinato, y la curiosa relación que se establece entre el padre (la víctima), su hija y el asesino. El primero es un embajador estadounidense educado en Europa, y en el libro he tenido que hacerme eco de sus orígenes. Su hija quiere ser documentalista en Los Angeles. La novela arranca en esa ciudad. En cuanto a Cachemira, está ligada al destino del asesino, en cuya vida han influido cuestiones de fronteras, de división y secesión territorial.

-¿Quién es Shalimar?

S.R.: -Es un cómico itinerante, un hombre muy amable y dulce, cuya única ambición es distraer a la gente y amar a una mujer. ¿Cómo puede convertirse en asesino? Esa es la gran pregunta del libro.

-En sus novelas, Paul, usted se dedica sobre todo a describir su ciudad, Brooklyn...

P.A.: -No todos mis libros se desarrollan en Nueva York. "Mr. Vértigo" estaba ambientado en Kansas y "La música del azar", en Pennsylvania. En cuanto a "El libro de las ilusiones", transcurría tanto en la Argentina como en Hollywood.

-¿Cuál es la génesis de "Brooklyn Follies"?

P.A.: -Larga y tortuosa. Tenía ese libro en la cabeza desde hacía tiempo. Empecé a escribirlo en 1993. Willy y Mr. Bones, el poeta y el perro de "Tombuctú", debían formar parte de la historia, pero me enamoré de esos personajes y decidí dedicarles toda una novela. Pasaron cinco años, en los que estuve ocupado haciendo películas. No acabé "Tombuctú" hasta 1998. Entonces, quise escribir "La noche del oráculo", un proyecto también muy antiguo. Pero al cabo de 15 o 20 páginas, no acababa de ver hacia dónde iba, así que lo dejé a un lado para escribir "El libro de las ilusiones", cuya idea también se remontaba a varios años atrás. Luego escribí "La noche del oráculo", y después de esto pude retomar "Brooklyn Follies".

-¿"Brooklyn Follies" es su libro más optimista?

P.A.: -De hecho, lo encuentro casi picaresco en el tono y, sobre todo, más ligero: para mí, a pesar de la gravedad de algunos pasajes, es una novela cómica. Por comedia entiendo que la mayor parte de los personajes se ven más favorecidos al final de la novela que al principio, contrariamente a los héroes de la tragedia. Nathan, el personaje principal, se encuentra al fondo del agujero cuando empieza el libro: es un muerto aplazado o, al menos, eso cree él. Y a medida que se repone, que va hacia los demás, su visión de la vida se aclara, para al final salir feliz del hospital el 11 de septiembre de 2001, tres cuartos de hora antes del primer atentado.

S.R.: -¡Dios mío! Te has atrevido...

P.A.: -Sí, "Brooklyn Follies" es un libro sobre la vida de antes.

S.R.: - "Furia", mi anterior novela, salió a la venta el 11 de septiembre de 2001...

P.A.: -¡Qué sentido de la oportunidad! ¡El 12 salió una antología de mis cuentos!

S.R.: -Había leído fragmentos de "Furia" en la librería Barnes & Noble de Union Square unos días antes, y el público se rió mucho: se reconocían en esta visión satírica de Nueva York. Desde luego, después de los atentados se canceló la gira de promoción. Durante un año aproximadamente casi no tuve ocasión de hablar de mi libro, hasta el día en que fui invitado a leer algunos extractos en la YMCA de la calle 52. No tenía ni idea de cómo iba a reaccionar el público. Pues bien, se vieron sumergidos en un acceso de nostalgia por una ciudad que ya no existía. Esta novela, que quería ser contemporánea y satírica, se ha vuelto histórica y conmemorativa.

-Sus dos héroes son condenados a muerte. Max, el personaje de Salman, va a ser asesinado. En cuanto a Nathan, creo que va a morir de cáncer...

P.A.: -Nathan es un cabrón amargado y sarcástico que encuentra de nuevo el camino de la compasión. Al principio, es un amargado y le echa la culpa al mundo entero. Se instala en su Brooklyn natal y empieza a hacer una lista de todas las cosas estúpidas que ha hecho en su vida. Luego el proyecto se amplía para incluir los lapsus y las equivocaciones ajenas. Así ocupa sus días: arrastrándose al bar de la esquina para mirar a su adorable camarera puertorriqueña y escribir su "Libro de las locuras humanas".

-Una idea casi shakespeareana...

P.A.: -Y una empresa titánica, destinada a no acabarse nunca. Por otra parte, quizá la literatura no sea más que eso: una enciclopedia de las locuras humanas.

S.R.: -Hay algo borgeano en eso. Un día le hice una visita a Borges y pude ver la biblioteca de su casa de Buenos Aires. Una habitación entera, gigantesca, dedicada sólo a las enciclopedias. Lo obsesionaban. Una enciclopedia así le habría gustado mucho.

-Paul, una de las ideas más bellas de su libro es ese refugio imaginario en el que la felicidad parece posible, el Hotel Existencia. ¿Cuál es el suyo en la vida real?

P.A.: -El pequeño mundo que he construido con mi mujer, Siri Hustvedt. Un islote, un oasis rodeado por la suciedad, el horror y la estupidez. Pero mire usted, el Hotel Existencia es, ante todo, un lugar inventado, una celebración de lo imaginario. En este aspecto está muy cerca de los jardines de Cachemira descriptos por Salman.

S.R.: -Es un lazo innegable entre las dos novelas. Para mi heroína, que no ha conocido a su madre, el país materno, Cachemira, es el paraíso. Ahora bien, como el libro habla también de la realidad de Cachemira, esta Cachemira soñada se convierte en una especie de paraíso perdido, pero no en el sentido en que lo entendía Milton, que desarrollaba la idea cristiana de una caída del hombre expulsado del paraíso a causa del pecado original. Aquí, se trata de la destrucción literal de ese paraíso, arrasado por las bombas y los cañones, como si los ejércitos hubieran invadido el Jardín del Edén para arrasarlo a sangre y fuego. En cierto sentido, esta destrucción del paraíso es la idea principal de la novela. Ahora vivimos en un mundo sin paraíso y tenemos que aprender a vivir sin esta idea de un mundo mejor.

-Sus abuelos eran originarios de Cachemira...

S.R.: -Lo que explica la palidez de mi piel...

P.A.: -¡Yo soy más moreno que él!

S.R.: -Sólo Dios sabe de dónde vienes...

P.A.: -Creo que soy medio chino. [Risas]

S.R.: -Nunca he vivido en Cachemira, pero íbamos allí todos los veranos. Y para nosotros, como para muchos indios, Cachemira era la idea que nos hacíamos del paraíso. Un lugar encantado. Evidentemente, la pérdida de un lugar así es una tragedia para la India. He querido narrar este edén a través de dos de sus tradiciones ancestrales: el teatro y los banquetes. Unos banquetes increíbles que incluían 36 platos seguidos, sobre todo de carne. Algunas comunidades hacían de ello una especialidad. Se encontraban ciudades enteras de grandes cocineros que se transmitían las recetas de generación en generación. Otras se dedicaban exclusivamente a una forma secular de teatro ambulante. Actualmente, el teatro, ya debilitado de por sí por la competencia del cine y la televisión, se ha visto aniquilado por la guerra. Cachemira, increíblemente fértil y exuberante, se consagraba a las artes del placer. Todo eso no es más que un recuerdo.

-También su libro, Paul, trata de un paraíso perdido...

P.A.: -Uno de mis personajes, Tom, ha renunciado a su tesis, pero es un estudiante muy brillante, cuya tesina ofrecía una comparación entre Poe y Thoreau. Poe era alcohólico y reaccionario; Thoreau, un puritano abstinente, progresista y abolicionista. Poe escribió tres textos poco conocidos, que describen un mundo ideal, igual que Thoreau en Walden. ¿A qué aspiran, pues, estos dos escritores en vísperas de esta Guerra de Secesión en la que el sueño americano está a punto de ser aniquilado con sangre? A un lugar de soledad y recogimiento donde puedan leer y escribir en paz. Es esta misma idea de refugio.

-Las novelas de ustedes abordan la cuestión del integrismo religioso: en Cachemira, en la obra de Salman, y en un predicador fanático de Carolina del Norte, en la suya, Paul. ¿Piensa que todos los fundamentalismos religiosos se parecen?

P.A.: -Los fundamentalistas creen poseer el monopolio de la verdad, y eso es lo que los hace tan peligrosos, sean judíos, cristianos, musulmanes o hinduistas. No pueden tolerar las creencias de los demás.

S.R.: -El fanatismo religioso aborrece la alegría y la felicidad, y por lo tanto aspira a anular todo placer. En Cachemira, el resultado es todavía más lastimoso porque la tradición local, una especie de sincretismo entre hinduismo e islam, desemboca en un misticismo cercano al sufismo, basado en un ideal de tranquilidad. Y ahora la religión se encuentra atrapada entre la espada y la pared, entre el ejército indio y los fanáticos que practican una forma de islam que le es completamente ajena. Las mujeres de Cachemira nunca han llevado velo. Siempre han tenido derecho a trabajar en los campos. Esta cultura no se basaba en la opresión sexual. Pues bien, hoy en día algunas bandas armadas acuden por la noche a aterrorizar a los aldeanos para obligar a sus mujeres a llevar velo. En Occidente, se olvida a menudo que los objetivos y las víctimas del fundamentalismo islámico son, en primer lugar, los musulmanes.

-¿Podrían hablarnos de sus actividades en el Pen Club?

S.R.: -Lo presido actualmente y Paul es mi vicepresidente.

P.A.: -¡Yo ya había sido presidente en el pasado y él me ha arrastrado de nuevo allí! Soy incapaz de decirle que no a este hombre... [Risas]

S.R.: -El Pen Club me apoyó tanto cuando lo necesitaba que acepté de buen grado este mandato de dos años. El Pen Club prosigue con sus actividades tradicionales, que consisten en defender los derechos de los escritores perseguidos en el mundo. Pero también nos esforzamos por tomar posiciones en las cuestiones relativas a la libertad de expresión y los derechos civiles en Estados Unidos. Y porque en Estados Unidos se oiga más la voz de los escritores del mundo.

P.A.: -Las estadísticas son aplastantes. Desde hace 25 años el mundo editorial estadounidense publica cada vez menos traducciones.

S.R.: -En los Estados Unidos, las obras traducidas representan una media de cerca del 3 por ciento del número total de libros publicados al año, mientras que en Francia o en Alemania la cifra total es del 15 por ciento. Afortunadamente, la novela es una forma muy resistente. No es fácil deshacerse de ella.

P.A.: -Es dura de pelear. En cualquier caso hay algo seguro: Estados Unidos vive horas muy sombrías.

S.R.: -Y no se trata sólo de una cuestión política, sino del control de la información y de los medios de comunicación. Mi primera estancia en Estados Unidos se remonta a principios de los años setenta, cuando se emprendía la construcción de las Torres Gemelas. Me dirigí allí al día siguiente de mi llegada a Nueva York. Y sentí un flechazo por esta ciudad. Pero ya no es el mismo país, y ahora es difícil amar a Estados Unidos.

P.A.: -La cuestión de la información es crucial. Se han sucedido los escándalos, sobre todo los malos tratos infligidos a los prisioneros de Guantánamo por parte de militares o "subcontratistas" privados, cuando no se trata llanamente de asesinatos.

S.R.: -Estados Unidos se ha puesto a exportar a sus prisioneros hacia Estados aliados que no sienten ningún escrúpulo a la hora de practicar la tortura.

P.A.: -Se habla de "traslado excepcional". La expresión produce escalofríos.

S.R.: -Este tipo de lenguaje estereotipado remite a la solución final, pero se generalizó con la Guerra de Vietnam. Recuerdo al general Haig hablando de "ciento por ciento de mortalidad reactiva", lo que quería decir: "hemos matado a todo el mundo". Se da vuelta el lenguaje para esterilizar lo innombrable.

-Paul, su libro aparece primero en Francia y luego en Estados Unidos. ¿Por qué?

P.A.: -Francia es uno de los pocos países del mundo donde los libros realmente cuentan, inspiran respeto y afecto. Está anclado en la cultura francesa. Estados Unidos es tan grande que allí existen incluso lectores consecuentes, aunque dispersos.

S.R.: -¡En efecto, el señor Auster es un french writer, un escritor francés! [Risas] Mi novela también va a aparecer en danés y en francés antes que en inglés. La salida en Estados Unidos está prevista para diciembre. ¡Será lo único que se verá bajo el árbol de Navidad!

Didier Jacob
© Derechos en español de El Cultural (El Mundo)

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