miércoles, octubre 11, 2006

El Tao tanguero

Era más blanda que el agua
que el agua blanda”.

Homero Exposito

Esta nota debe ir con banda de sonido. Hagamos click en el acápite y murmuremos esas líneas –y las que sepamos que siguen–, oyendo, pensando en la dicción de Goyeneche. Se trata de eso, un ejercicio de la mejor música interior a partir de los versos del “otro” Homero. Porque Homero Expósito es uno de los grandes letristas del tango y, además, el único que, gardelianamente y sin paradojas, aunque se murió en el ’87, cada día escribe mejor. Se lo escucha mejor, quiero decir. Mejor que cuando vivía e incluso mejor que en el momento en que componía. Una maravilla absoluta como Naranjo en flor, que tiene sesenta años y fue grabado ya entonces con Floreal Ruiz con Troilo, necesitó que el Polaco lo dijera pausado y con énfasis décadas después para que la letra goteara en las orejas en toda su dimensión poética. De algún modo, la obra de Expósito está, como pasó en el folklore con Manuel Castilla, desfasada.
Y eso es así porque en cierta medida Homero llegó tarde –era del ’18 y tenía poco más de veinte años en los cuarenta, cuando ya Manzi, Cadícamo y Discépolo estaban en su apogeo–; y al mismo tiempo apareció demasiado temprano: sus trenzas “del color de mate amargo” y la noche que “pintaba de ojeras la reja, la hiedra y el viejo balcón” parecieron, en su momento, imágenes excesivas. Es que era muy raro, Homero; incluso para esa larga década y media de prodigiosa creatividad tanguera –que fue también la de su apogeo personal– desde fines de los treinta hasta un poco más allá de mediados de los cincuenta.
El itinerario de Expósito como compositor vigente abarca ese período. Siempre escribe bien, y sin red ni pudores. En los primeros años de laburo, los de la Segunda Guerra, los de la transición conservadores-gobierno militar-primer peronismo, produjo títulos como Farol, Tristezas de la calle Corrientes, Flor de lino, Pedacito de cielo, sucesivas obras maestras compuestas con compañeros generacionales tan pibes como él –su hermano Virgilio, Chupita Stampone, Francini, Pontier, Maderna– y esas letras no se parecían casi nada a lo que se escribía entonces en el género. Y en los últimos años, ya después de la Libertadora, compitiendo con el rock y lidiando con un tango esclerosado, hace lo mismo: Sexto piso, Afiches y Maquillaje son letras, además de bellísimas, absolutamente revolucionarias.
La diferencia entre uno y otro momento es que mientras Percal, Qué me van a hablar de amor y Yuyo verde cayeron en un momento de auge del género y fueron grabadas de inmediato por los mejores y saturaron las radios, su producción de la última mitad de los cincuenta pasa casi inadvertida: los versos “Cruel en el cartel / la propaganda manda / cruel en el cartel...” o “No, no es cielo ni es azul / ni es cierto tu candor / ni –al fin– tu juventud...” prácticamente no tienen intérpretes ni grabaciones en su momento. La tana Rinaldi rescató después Sexto piso y –cuándo no– Goyeneche resucitó, les hizo respiración boca a boca a Afiches y Maquillaje. Porque no es lo mismo que el atildado Héctor de Rosas dijese sin pifiarle una nota “...mentiras, te maquillaste el corazón / mentira sin piedad, /qué lástima de amor...” para cuatro oídos sensibles del por entonces tango nuevo, que lo fraseara el Polaco en su apogeo, para la admiración emocionada de muchos millares y cada vez más. Los grandes intérpretes que “encarnan” las canciones, tienen esas cosas.
Pero la idea era hablar de Naranjo en flor, texto ejemplar, extraordinario. Ahí se ven algunos de los aportes de Expósito a la retórica tanguera: una formación poética sólida (el verso bien medido, la música infalible), un bagaje cultural inusual para el medio (las referencias, las alusiones, las citas) y, sobre todo, la incorporación de un repertorio de imágenes y metáforas no ciudadanas: el clima más pueblerino que barrial, la cercanía del campo (era de Zárate, pegadito al Paraná), el escenario natural y sus elementos. Como Yuyo verde, Flor de lino y Trenzas, Naranjo en flor es un tango al aire libre. Pero hay algo más, leamos, oigamos: “Era más blanda que el agua,/ que el agua blanda./ Era más fresca que el río,/ naranjo en flor”. ¿Qué es eso? Es tan raro ese arranque... ¿De dónde viene? Sí, parece un haikú, cosa de chinos. Y creo que lo es: el “agua blanda” –lo sabiamente dócil, lo que no ofrece resistencia, lo que se deja ir, se amolda y busca los bajos para correr, no se resiste, opuesto a la dureza obstinada de la roca– es una metáfora central de Lao-tsé en el Tao Te King, ese antiguo texto fundante del taoísmo, y se asimila a la sabiduría, a la conducta del sabio. En el fragmento 78 lo dice así: “Nada hay en el mundo más blando que el agua; nada la supera contra lo duro. A ella nada la altera”. Ahí está.
En Homero, la imagen se asocia, además, a la inocencia, a la vulnerabilidad (“¿Qué le habrán hecho mis manos?” se preguntará después) y el tango, sobre todo en el estribillo, deriva a honduras no habituales, como el famoso “Primero hay que saber sufrir” y el orientalísimo “y al fin andar sin pensamiento”. Con lo que el Polaco, que algo de chino viejo tenía en el final, termina, de la mano y la palabra de Expósito, convertido en inesperado maestro Zen. El tango da para todo.

Juan Sasturain

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