domingo, octubre 08, 2006

"La imagen cuenta más que la ideología"

Alicia Borinsky es una de las intelectuales argentinas en el exterior con más capacidad de percepción para captar los cambios que se producen en las costumbres y en el lenguaje de sus compatriotas. Vive en Boston desde hace mucho tiempo y regresa a Buenos Aires todos los años en el período de vacaciones, en busca de nuevas imágenes con las que construye su particular mundo narrativo y poético, y que le sirven también para elaborar sus ensayos.

En su última visita a la Argentina, a la manera de un termómetro que registra las variaciones de temperatura, Borinsky observó lo que ocurría en las calles porteñas y también a los políticos en sus campañas televisivas. Las conclusiones a las que llegó son interesantes. Ella vincula, por ejemplo, la actitud de los políticos y del electorado con las novelas psicológicas, porque se elige más por "cómo suena y por cómo se ve" el candidato que por su posición ideológica.

Borinsky enseña literatura latinoamericana y comparada en la Universidad de Boston y es una de las llaves de entrada para los escritores de lengua española, particularmente los de América latina, en el mundo académico y también en el editorial. Muy sensible al carácter revelador de las expresiones lingüísticas, Borinsky ha escrito novelas y cuentos que tienen su origen en la tradición que se remonta al tango y también a cierta literatura marginal. Es admiradora de Macedonio Fernández, del vizconde de Lascano Tegui y de Felisberto Hernández: un trío que denuncia el gusto de Borinsky por un humor poco convencional y una mirada penetrante.

Ha escrito, entre otros libros, "Mina cruel", "Sueños del seductor abandonado", "Cine continuado", "Golpes bajos y "La pareja desmontable". Su último libro es "Las ciudades perdidas van al paraíso".

-Usted viaja a Buenos Aires por lo menos una vez al año. ¿Qué ve, en estos últimos tiempos, que la sorprenda y que antes no veía?

-Me sorprende la forma semejante en que los políticos y los protagonistas de la cultura popular (actores, vedettes, cantantes) se presentan en los medios, particularmente en la televisión y en la radio. Muchos de los políticos son los mismos que escuché por radio o vi en los primeros años de la televisión, pero ahora aparecen "producidos", peinados, maquillados y hasta operados como para una función teatral. Esto tiene que ver, pienso, con ciudadanos que ya no se mueven por convicciones políticas ni ideológicas, sino por impresiones. No veo una discusión política en los medios: veo cataratas de imágenes arrojadas sobre el espectador, cataratas de fórmulas, de estereotipos destinados a impresionar al electorado, convertido en público, en audiencia. Por la manera en que aparecen ante la pantalla o ante un micrófono, uno puede decir que tal político "suena" o "se ve" honesto, pero poco más que eso. Todo esto tiene más que ver con la manera en que se lee una novela psicológica, en la que uno está interesado en saber las motivaciones del personaje, que con la política. En cuanto a las diferencias entre Cristina Kirchner y Chiche Duhalde, por ejemplo, me sorprende que haya tanta gente que habla de la manera en que se visten, de quienes las acompañan, de sus distintas formas de expresarse. La gente estudia las fotos de los diarios, las imágenes de los noticieros y, de algún modo, se convierte en analista de los medios. No lamento el hecho de que no haya discursos utópicos: todo lo contrario. Me parece bien que uno trate de resolver problemas más modestos, pero me gustaría que se cobrara conciencia de que, en realidad, el público analiza los medios, más que las cuestiones políticas. Otra cosa que me sorprende es que en los programas políticos los entrevistados hablan mucho. En los Estados Unidos, no ocurre lo mismo: los políticos tienen muy poco tiempo para hacer sus propuestas. En la Argentina, el público, por lo tanto, puede apreciar mejor las redundancias, los tics, los lugares comunes de pensamiento de los políticos y eso lleva inexorablemente a una falta de respeto hacia la clase dirigente.

-En esa semejanza entre los políticos y los artistas populares que usted señalaba, ¿no hay una influencia del estilo norteamericano? En la Argentina, todavía no ha habido un actor presidente como Reagan, aunque hubo una presidenta bailarina, como María Estela Martínez de Perón.

-Eso es cierto. Pero también es cierto que algunos políticos norteamericanos han tomado como modelos a ciertas argentinas. A Hillary Clinton se la ha comparado, por ejemplo, con Eva Perón. Por otra parte, algunos norteamericanos que han visto a Cristina Fernández de Kirchner la han parangonado con Hillary Clinton. Hoy todos estamos interconectados y nadie se priva de copiar y de inspirarse en otros. Hay en todo el mundo una estetización de la política. Pero quizás ese hecho no sea totalmente negativo. En la Argentina, creo que lo esencial no es luchar contra la teatralización y el espectáculo en la vida pública, sino entender ese hecho y desarrollar la ironía que al pueblo argentino, a diferencia del norteamericano, le sobra.

-Más allá del carácter teatral de los políticos, ¿qué le llama la atención en sus discursos?

-Puedo ver algunos cambios positivos. Hay algo muy importante para mi generación: la situación de las investigaciones en torno a los derechos humanos pone a la Argentina en el lugar de los países que quieren dar cuenta civilizadamente de su historia reciente; además, parece que hay una intención de pagar la deuda económica: hay más empleo. Quisiera creer que hay algo más allá de las máscaras. No soy cínica. Me impresiona mal que la Argentina esté gobernada por un solo partido, pero me parece positivo que después de haber tenido una historia de opciones políticas basadas en discursos utópicos en los años sesenta y setenta, en este momento lo más importante sea la transparencia. Hemos pasado, por lo tanto, de la discusión política a algo esencial del comportamiento humano: la ética y la moralidad.

-¿Piensa que, de verdad, la Argentina pasa por un momento de efervescencia cultural de excepción?

-Creo que sí. Pero hay que aclarar algunos detalles. Esa efervescencia está favorecida -por ejemplo, en el teatro- por un hecho del que no se habla lo suficiente: el bajo precio de las entradas. No sólo hay una gran oferta cultural; también hay un público que sabe de teatro porque puede ir mucho al teatro. Algo que no ocurre en los Estados Unidos. Por cierto, hay muy buenos espectáculos en Buenos Aires, pero también muchos malos. El cine argentino es muy pujante. Hay mucho interés en Boston, la ciudad donde vivo, por el cine de nuestro país. Se sigue viendo a la Argentina en el exterior como un país muy culto. Eso nos favorece mucho más de lo que se supone. Y nos favorece en términos económicos. Pero, al mismo tiempo, cuando uno llega aquí no puede dejar de ver que la clase pauperizada no tiene acceso a la educación ni a la cultura. Los chicos que circulan por la noche con los cartoneros, que piden limosna y no van al colegio están formando una clase que, por más oferta cultural que haya, no va a poder aprovechar nada de esa riqueza, aunque se la ofrezca gratuitamente. Esos exiliados en su propio país, excluidos de la cultural oficial, están creando su propia cultura, que, por supuesto, no va a producir libros, sino hechos desgraciados. En ellos germina la violencia del futuro. Si no se rescata a tiempo a esos niños, los veremos, en un futuro próximo, transformados en una fuerza destructora de una intensidad desconocida para el país. Los escritores "progresistas" se encuentran respecto de estos grupos en la misma situación paradójica de siempre: escriben, para redimirlos, obras en las que se ocupan de ellos, pero que ellos jamás podrán leer. Esos grupos marginales son objetos de reflexión, pero no sujetos de la cultura.

-¿La crisis social y política de la Argentina aparece reflejada en la narrativa nacional?

-La crisis de la clase política tuvo una consecuencia positiva, literariamente. La literatura partidista de las opciones claras y los pronunciamientos históricos ha cedido el lugar a propuestas más modestas y, por eso, con la capacidad de ser más originales. A nadie se le ocurre decir hoy que el grupo Sur estaba divorciado de la realidad y que Borges era un aristocratizante refugiado en la literatura fantástica. Más que una nueva producción literaria, que existe y que por ahora es prematuro clasificar, hay una nueva actitud crítica. Los discursos literarios de corte autoritario han perdido vigencia entre nuestros escritores. El didactismo ya no es bien visto.

-Saer decía que la literatura argentina nació en medio de la violencia, registrándola. Mencionaba en particular "El matadero", de Echeverría.

-Estoy de acuerdo con Saer, pero sólo en parte. Lo que Saer afirmaba es cierto si uno toma en cuenta el contexto más visible de la literatura nacional. Hay violencia en la literatura argentina desde el mismo comienzo, pero no hay sólo eso. Creo que la literatura argentina oscila entre esas dos tradiciones; lo que hoy prima, por cierto, es la violencia sin velos. Hay otro aspecto interesante en este tema de la violencia y en las explicaciones que se dan sobre ella. Hoy, hay una especie de victimización de los asesinos. Se piensa que los delincuentes matan a la gente porque están sin trabajo, porque no han sido educados, se dice que se drogan para evadirse de la realidad y, por último, asesinan. Interpretamos esos asesinatos no como un gesto individual, sino como el gesto de una sociedad contra sí misma.

-¿O sea que para usted la delincuencia que nos rodea y la inseguridad en la que se vive no son un puro producto de las condiciones sociales?

-Los que hoy hemos pasado el medio siglo hemos vivido el terrorismo de Estado y el que se denominaba "subversivo", y esa experiencia debería bastarnos para saber que la inseguridad justificada desde el punto de vista económico no es una explicación suficiente, ni mucho menos automática, sobre la voluntad de matar. Es preciso pensar el tema de la inseguridad de un modo más radical. No podemos creer que todos los asesinos vienen ya "interpretados" socialmente. Creo, de todos modos, que hay una pendiente por la que se desliza quien mata. No es lo mismo robar una heladera que matar a una persona. Hay que dar un salto para matar que no todos los delincuentes están dispuestos a dar, que no todos pueden ni quieren dar.

-En los Estados Unidos, ¿cuál es la imagen que se tiene de la Argentina de los últimos años por medio de la ficción?

-Como sucede en otros países, los norteamericanos tienden a estereotipar culturas y así como Colombia se identifica con el realismo mágico, la Argentina suele ser vista en términos de literatura fantástica y de tango. El nombre más conocido de la literatura argentina es el de Borges y, ahora que la discusión en torno a la nueva traducción al inglés de su obra ha vuelto a ponerlo en la actualidad, Borges brinda la posibilidad de pensar la Argentina como un espacio que fascina por sus diferencias y que favorece el desconcierto. Al mismo tiempo, es un país que tiene un desdén por lo fácilmente localista que le da universalidad. Esto refuerza la imagen de la Argentina como un territorio privilegiado para lo fantástico. Pero lo fantástico de la Argentina tiene más afinidades con el universo de Kafka que con el de García Márquez. La publicación en inglés de la obra de Tomás Eloy Martínez "Santa Evita" abrió, por otra parte, la posibilidad de romper el encansillamiento de lo argentino en el género fantástico. La agilidad con que él se mueve entre la historia, el periodismo y la ficción narrativa, unida a la posible resolución de un enigma político, contribuyó al éxito de la novela y abrió un debate en torno a las realidades argentinas y a la situación de la mujer en la política y en la historia, que ha matizado mucho los estereotipos. También se conoce y se comenta mucho la obra narrativa de Luisa Valenzuela. La obra de Manuel Puig es ahora objeto de una revalorización. Desafortunadamente, los escritores más recientes no encuentran eco en la prensa de los Estados Unidos y hay que esperar que eso suceda. Aunque en las universidades, en las carreras de letras, hay investigadores muy al día que leen gran parte de lo que se publica en la Argentina, eso no basta para formular una imagen más generalizada del país. Quedan afuera escritores que trabajan con las referencias del interior, como Héctor Tizón y también Juan José Saer. La fascinación ejercida por Buenos Aires hace que la imagen de lo argentino sea sobre todo la de esta ciudad. Los países, a menudo, aparecen identificados con sus capitales en la imaginación de los extranjeros. Francia es París, por ejemplo. Y acaso los Estados Unidos se hayan contagiado de la Argentina, a la que le cuesta verse en literatura sin los referentes de Buenos Aires. A mí, que resido en el extranjero, me resulta llamativa e interesante la importancia que el público argentino -me refiero al público en su sentido más amplio, el que excede el espacio académico- otorga a la obra de Marcos Aguinis, un hombre del interior, que ha conseguido ganar un cúmulo de lectores que estimulan su participación en las columnas de opinión en los medios políticos y culturales. Ese mismo público sigue no sólo la producción ensayística de Aguinis, sino también la narrativa. Pero en los Estados Unidos, la obra de Aguinis -muy exitosa por lo que veo en la lista de best sellers- no es conocida. Entre los narradores más recientes, se presta atención a la producción de Guillermo Martínez, que retoma aspectos de la literatura argentina, como la novela policial y el gusto por el estudio de las relaciones íntimas entre los personajes.

-En los últimos tiempos, ha surgido un tipo de escritor que camufla su objetivo principal de conquistar el mercado con algún toque literario de más vuelo. ¿Qué opinión le merece esta tendencia?

-Estoy más preocupada por la pérdida de la literatura de alto riesgo que por la proliferación de intentos de triunfar en el mercado. Hace unos años le pregunté a un editor que me hablaba con el cinismo que caracteriza a algunos miembros de esa profesión si publicaría "Rayuela", de Cortázar, de encontrarse ese libro como un manuscrito enviado por un desconocido. Me confesó que no se arriesgaría. Ese es el verdadero peligro, no los libros de autoayuda ni los escritores que alcanzan un protagonismo desmedido por medio de obras que halagan el gusto del público de masas. Me alarma que la reflexión sobre la realidad no se haga en torno a obras interesantes desde el punto de vista literario, debido a una visión estrecha de la demanda del lector. Hay algo importante en el acto de lectura, que es muy hermoso e intransferible: para leer, uno debe estar solo. Nadie puede leer por nosotros; por supuesto, alguien nos puede leer en voz alta, pero el proceso de la lectura es algo personal. Una persona con un libro en la mano, entregada a la reflexión o a la fantasía, hace algo altamente civilizado y civilizador al mismo tiempo.

-Se habla de una crisis de la lectura, sobre todo de la lectura de libros literarios. ¿Qué opina sobre este punto?

-No tengo nostalgia de una Argentina más lectora, porque esa Argentina no existió nunca: fue una clase social. Por cierto habría que extender la lectura a mucha más gente, integrarla por medio de un sistema educativo eficaz. Hasta leyendo libros malos se puede tener una experiencia importante: la de la propia soledad con un libro. Leer siempre trae aparejada una ganancia.

Hugo Beccacece
Diario LA NACION / Buenos Aires 2005

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