martes, octubre 17, 2006

La leyenda de las chicas raras

Celeste Cid y Carolina Fal se vieron una sola vez desde el final de Resistiré . Y fue hace algunas semanas, en la casa que comparten Celeste y Emmanuel Horvilleur con su hijito André. Cuando grababan la telenovela vivían a media cuadra, y no se veían nunca. ¿Se llevaban mal? No, aseguran. Pero ahora, les parece, se llevan mucho mejor. Ahora refiere al siempre apabullante verano de Buenos Aires. Y ellas decidieron pasarlo en la ciudad ardiente para hacer teatro griego en la Fundación Konex, por lo que están juntas casi a diario, entre ensayos. Carolina se mete con Electra Shock , la versión de la tragedia griega de Sófocles que dirige el colorido José María Muscari; mientras que Celeste hace su primera aparición en teatro (en una escena de La pasión desbocada: Hipólito, Fedra y Teseo , de Alejandro Ullua), interpretando a Ariadna, la misteriosa chica que ayuda a Teseo en su laberinto.

Esta bueno reencontrarse, dicen y se ríen cómplices, en un bar del Abasto. Carolina se saca las botas texanas blancas a las que tiene que acostumbrarse para la obra, cambia por zapatillas, y las mete en un bolso. Tiene el pelo larguísimo, hunde constantemente los dedos en el flequillo y aun cuando sonríe mantiene la seriedad en sus ojos marrones, que miran fijo. Celeste enciende un cigarillo: volvió a fumar hace poco, pero no está ni cerca del paquete diario que consumía antes del embarazo. El embarazo le cambió el cuerpo; aunque sigue siendo delgada, adquirió una femineidad inquietante. Con poco maquillaje, lejos de la sobrecarga de Resistiré , es tan bella que hipnotiza. La casa de Celeste es hermosa, dice Carolina. ¡Y ese bebé! Es feliz, se le nota mucho. Tiene una tranquilidad y una adultez impresionantes.

Celeste se ríe, y explica que su casa tiene algo clásico propio de ella y algo muy psicodélico, el toque Emmanuel . Sus tiempos están condicionados por las horas de sueño de André (que por suerte son muchas) y por su necesidad de parar, para decidir lo que quiere hacer después de siete años ininterrumpidos de agotador trabajo en televisión. Pero ir más despacio no significa desaparecer: durante el embarazo tuvo una pequeña, pero notable aparición en Locas de amor y un cameo en El Deseo . También estudió astrología. Dentro de poco, le parece, va a intentar terminar la secundaria, y su compañero de estudios será Emmanuel. Necesitaba un descanso, dice. Durante el año de Resistiré dije varias veces que quería tener un hijo y también sabía que quería dejar de trabajar un tiempo. Tenía esa decisión, era el momento. Y digamos que André fue una buena razón para parar.

Carolina escucha e interviene. Para ella, dejar de trabajar nunca es una opción. Yo no quiero parar, porque no me resulta. Cuando no trabajo no sé qué hacer con mi vida. No sé qué hacer con el tiempo libre, no soy feliz; para mí es nocivo. Aunque me queje o aunque esté cansada, me aburro, me angustio, me deprimo y me oscurezco cuando no trabajo. O pienso lo que no me conviene pensar. No le encontré la vuelta. Cuando estoy trabajando disfruto más de todo. Este año, Carolina terminó de rodar Monoblock, la película de su amigo Luis Ortega; ella escribió el guión y la protagoniza, junto a Rita Cortese y Graciela Borges. Está un poco inflada, ¿no?, pregunta retóricamente. No importa. La experiencia fue intensa, muy fuerte. Todo salió como tenía que salir. Ya no la angustia pensar en el estreno, que aún no tiene fecha. La Nena de Monoblock es otro personaje peligroso, de esos a los que está acostumbrada. En teatro, fue la Martirio de La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca; fue Cathy en Panorama desde el puente de Arthur Miller; y, ahora, es la feroz Electra. También, claro, fue la valiente y triste Martina de Resistiré . Interpretó tantos y tan buenos personajes que parece una veterana al lado de Celeste, que todavía no hizo cine y recién ahora debuta en teatro. A diferencia de su compañera, puede comparar experiencias de trabajo. La tele tiene la exigencia de tratar de hacer un buen trabajo en la vorágine, y eso me resulta atractivo. Me gusta trabajar con la falta de tiempo, y resolver muy rápido algo en un tiempo corto; disfruto de las escenas cuando queda la última media hora, cuando están todos locos y hay que terminar el plan. Para mí son los mejores momentos. El teatro tiene la exigencia de tener tiempo, que suena muy lindo, pero te la regalo: es difícil tener tanta libertad de pensar.

Y, sin embargo, hay cosas que Carolina nunca intentó, todavía. Aunque la versión que Muscari hace de Electra es un show musical, una tragedia rota, divertida, Carolina asegura: El sufrimiento lo actúo en serio. La puesta no es seria, pero el dolor sí. ¿Nunca va a hacer una comedia? No lo sabe. Tendría que ser con un humor que tenga que ver conmigo. Un humor no basado en el humor. El humor clásico no es lo mío, no soy una actriz de comedia. Si puedo ser graciosa, es a pesar de mí. No lo entiendo, no me gusta, no me divierto. No me gusta que me cuenten chistes. No sé contar anécdotas divertidas. El sentimiento que yo más odio es el que se desprende de la burla. Debe ser eso.

Celeste sólo conoce la televisión, adonde llegó porque quería ser parte de Chiquititas . Tuvo tanta vergüenza en el casting, que salió corriendo; pero Cris Morena la siguió, y en pocos años se convirtió en la adolescente etérea de la televisión argentina, desde la Yoko que interpretaba en Verano del 98 hasta la intrincada Julia de Resistiré . Ese personaje fue un quiebre, un cambio de rumbo que quizá la lleve a convertirse en una actriz tan completa como Carolina. Pero Celeste está tranquila y espera; sabe que tiene mucho tiempo.Creo que me muevo mucho por curiosidad. Cuando era chica, quise salir de la información de mi casa y ver cosas nuevas. Por eso creo que entré en la televisión, y lo hice de cabeza. Pero después de siete años de ver todo desde ahí, quiero asomarme a mundos diferentes. Empezar en el teatro, haciendo de espectro, no está mal. ¿Y el cine? El rostro perfecto de Celeste parece hecho para la pantalla grande. Ella sonríe. Me ofrecieron varias cosas, pero quiero decidirme por algo que sea afín a lo que me gusta.

¿Y qué te gusta?

Celeste: Arturo Ripstein. Una de mis películas favoritas es Profundo carmesí [1996]. Me encantaría hacer a esa gorda hermosa.

Carolina: ¡Es tremenda! A mí el cine que más me gusta en la vida es el de Leonardo Favio. Soñar soñar [1976] me aniquiló. Ojalá vuelva a filmar y quiera trabajar conmigo. Son las dos cosas que se tendrían que dar para cumplir mi sueño.

Celeste: Hay una película tuya con la que me identifiqué mucho, El caso María Soledad [Héctor Olivera, 1995]...

Carolina: ¡Eras re chica cuando se estrenó esa película!

Celeste: Pero me marcó. Iba a las marchas por María Soledad en esa época

Carolina: Fue una experiencia rara, porque no la tengo identificada como un trabajo. Fui a ese lugar a meterme en la casa de Soledad, conocer a sus padres, ver su habitación, contar esa historia de una chica de mi edad, tan violenta y tan terrible. Ahora la veo y no sé qué me pasaba en cada escena, no era eso lo importante. Con Belén [Blanco] nos metíamos en las marchas y una vez Héctor Olivera el director nos agarró de las orejas y nos metió en el hotel. No quería que fuéramos. Fue muy movilizador a nivel personal. En general la paso muy bien haciendo cine aunque me acuerdo que sufrí bastante en Flores amarillas en la ventana [Víctor Jorge Ruiz, 1996]. Extrañaba mucho a un novio que tenía acá, me quería volver. ¡Y estaba en Esquel, un paraíso! Ahora pienso qué idiota, no valía tanto la pena. No por la persona, es que ahora puedo disfrutar más cuando trabajo lejos de la persona que quiero, entiendo que no es tan grave y que volvés en un tiempo. En ese momento no podía pensar en otra cosa. Qué tonta. Pero bueno, tenía 21 años.

Celeste y Carolina son muy distintas, y sin embargo tienen experiencias similares. Las dos empezaron a trabajar en la adolescencia: Carolina se vino de Mercedes a los 15 para participar del casting de Clave de sol, y Celeste trabaja desde los 13. Más que ser actrices, ellas querían ser parte de sus programas favoritos, y lo lograron. Ahora saben lo que es crecer en público. A mí me tocaron las tetas en televisión antes que en la vida real, dice Carolina. Fue Gerardo Romano, en Zona de riesgo . Pero siempre fue una buena experiencia trabajar con gente más grande. Te tratan bien, quieren que estés cómoda.

Mucho más difícil, cuentan, es lidiar con todo lo que está alrededor del trabajo: las guardias periodísticas, los rumores, la ansiedad de los medios y, sobre todo, los casilleros en los que inevitablemente se las ubica. ¿Cuáles son? Carolina pone los ojos en blanco. Yo soy la rara. Siempre rara. Me agota. Es horrible. Celeste recuerda esos titulares post-Resistiré, que la definían como embarazada y confundida, y esas notas en las que siempre aparecía como una chica depresiva y complicada. Las dos detestan esos personajes oscuros que les atribuyen, esa fama de chicas difíciles. Muchas de esas entrevistas eran un invento de principio a fin, dice Celeste. Pero bueno, cuando te enojás es peor.

¿Cómo hiciste para lograr cierta privacidad durante tu embarazo?

Celeste: Coincidió con que no estaba haciendo nada. Cuando salís del foco de la mirada relajan, o relajás vos. La ansiedad mediática la vas generando. A mí me costaba aceptar que me siguieran tres autos cuando salía de la casa de Emmanuel. No estaba en un evento, sólo caminaba por la calle con mi novio. Pero el límite no existe, y no se puede vivir pendiente ni luchar contra eso.

Carolina: Yo paso más inadvertida. No tengo una vida que le interese mucho a la prensa.

Celeste: Mentira. Una vez vi una foto tuya en un supermercado chino. Estabas con zapatos blancos.

Carolina: Eso me alucina. ¿A quién le importa que yo vaya al supermercado? También salió una foto mía en Palermo, paseando el perro. ¡Qué notición! Hay que llenar, supongo. Pero está bueno saber que no hay límites. Uno puede tener un juicio acerca de eso, pero lo cierto es que no los hay.

Si mañana te enamorás de una estrella de rock, también te van a seguir.

Carolina: No creo que me enamore de una estrella de rock.

Celeste: Para mí está buenísimo. Me encanta verlo a Emmanuel en los shows. Me encanta lo que hace. Es un chongo [se ríe]. Las chicas no me odian, eso ya fue. Ya no existe esa mística, los rockers no ocultan a sus novias. Es mejor, creo.

Y de pronto, charlando, las dos se dan cuenta de que no tienen vidas predecibles. Mucha gente cree que Celeste es demasiado joven para ser mamá a los 20 años; Carolina tiene 32 y debe ser paciente con sus padres, que quieren ser abuelos. De chica creía que a los 22 iba a estar casada y con hijos. Diez años después, estoy sola. Qué diferente puede ser lo que uno planea de lo que sucede. Pero Celeste se apura a coincidir: Para mí también es sorprendente. En mi cabeza la idea de la maternidad estaba después de los 40, si estaba. Nunca lo pensé hasta que sucedió. Me imaginaba en una quinta, con cinco gatos, viviendo otra vida.

¿Fue difícil trabajar embarazada en Locas de amor?

Celeste: Fue muy raro, porque siempre te ponen panzas, y la mía era de verdad. Además, mi personaje era una chica que no se dejaba tocar la panza, porque tenía miedo de perder al bebé

Carolina: ¡Qué arriesgado mentalmente jugar con la realidad así!

Celeste: Sí. Además era un momento fuerte porque estaba de cinco meses; en ese momento te deformás, el cuerpo cambia, te hinchás. Pero me interesaba mostrar ese aspecto de la maternidad. Yo fui a una clase de preparto y había mujeres que se ponían muy mal con el embarazo. Pensaban que se podían morir, que iban a dejar solos a sus otros hijos, afloraban esos sentimientos. Es un costado que no se conoce, la parte de la sombra. Es que el embarazo es un momento de mucha fragilidad: hay protección, pero también mucha desprotección. El discurso sobre la maternidad es que es perfecta y feliz. Y sin embargo el parto es algo re salvaje, sanguinario, feroz. Sangre, sangre, sangre. Y hay una fantasía del instinto maternal, que nace el bebé y es amor incondicional... Lo es, pero también es una relación que se construye todos los días y todo el tiempo, no es como en las películas. Y está bueno que sea así porque es verdadero, no es jugar a la casita.

¿Cómo es un día típico en sus vidas?

Carolina: Ensayo de 11 a 3 de la tarde. Mi mejor momento es a la mañana, lo uso para pensar, me levanto a las ocho y media. Nada que ver con cierta fama de vampira que me echan encima, ¿no? Y hay más: voy al gimnasio a la tarde, y después ya no quiero más. Puedo cenar con una amiga, pero en casa. Salgo muy poco. Después de una vorágine de salir cuatro veces por semana, volví a disfrutar de estar adentro. Lo necesito, me parece. Igual ya no tengo amigos que vea todos los días. No tengo más pandilla. Está bueno, porque hace que sea una celebración encontrarse. Y me gusta vivir sola. Tuve parejas en el medio, pero lo que más siento es que siempre viví sola, aunque compartiera con alguien.

Celeste: Yo estoy en ritmo bebé . Me levanto a las 9, ensayo a la tarde y vuelvo a casa. Estoy todo el tiempo disfrutando. Además no quiero delegar y de André me hago cargo yo, está en una etapa importante y no me quiero perder nada. Y con Emmanuel es fabuloso vivir. Viví apenas un año sola, y fue un desastre. No hacía nada, no podía pasarla bien, trataba de cocinar y fallaba, no tenía tiempo, me alimentaba mal. Es más: nunca deshice las cajas. Esas mismas cajas, que mudé de lo de mis viejos, fueron a lo de Emmanuel y recién las desarmé en la casa nueva. Por fin tengo estructura, bibliotecas, ropa en orden. Por primera vez, desde que dejé la casa de mis padres, siento que tengo un hogar.

Mariana Enriquez / Rolling Stones Argentina

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