domingo, octubre 08, 2006

No sé lo que quiero, pero lo bajo ya

En una futura e improbable autopsia de los últimos tramos del siglo XX y de los primeros del XXI, saldrá a flote la huella indeleble de una sigla: mp3, algo así como la marca de la bestia informática y pesadilla diaria –todo al mismo tiempo– para industrias discográficas y emporios de abogados. Por ahora, este formato digital de audio comprimido no goza, como otras extensiones (“.doc” o “.txt”), de programas televisivos ni revistas que desde sus nombres legitimen mediáticamente su existencia. Y no los necesita. El mp3, ya con diez años recién cumplidos, sigue imbatible.

Como correspondía, el baño bautismal del mp3 no se hizo rompiendo una botella de champán sino con un mail. “Hola a todos, éste es el resultado de la encuesta. Todos votaron por .mp3 como nombre para estos archivos. En consecuencia, asegúrense de no usar más la extensión .bit”. Así, escueto y algo técnico, Jürgen Zeller, del instituto alemán Fraunhofer, comunicaba al mundo el 14 de julio de 1995 la noticia del nacimiento. Sin embargo, todo quedó en rumor hasta septiembre de ese año, cuando los detractores del nombre del archivo finalmente tiraron la toalla. Aunque oficialmente se cuenta que esta victoria tecnológica fue una obra colectiva llevada a cabo por 40 matemáticos e ingenieros teutones, el verdadero mentor y artífice fue Karl Heinz Brandenburg, quien trabajó en el asunto ocho años para dar con la primera canción en mp3 de la historia: “Tom’s Diner” de Suzanne Vega. Había nacido la música sin envase.

En todos estos años, el MP3 fue el protagonista clave de las embestidas legales, económicas e ideológicas que enfrentaron a organizaciones atávicas como la RIAA (la Recording Industry Association for America, la nueva policía musical) con sitios y servicios de intercambio de archivos, primero, y con usuarios particulares, después. Detener el goteo (17 millones de MP3 bajados diariamente) se convirtió en urgencia. Así, los primeros en caer fueron Napster y Audiogalaxy, dos programas que les sacaban el jugo, de una manera centralizada, a las redes de intercambio de archivos (llamadas P2P, o Peer to Peer).

Sin embargo, las grandes corporaciones discográficas que veían la victoria a la vuelta de la esquina se toparon con más sorpresas. Como conejos, aparecían por todos lados vástagos mejorados de Napster (Kazaa, Imesh, Soulseek, Emule, Bittorrent) que siguieron la senda abierta por su antecesor pero de otra manera: en vez de centralizar la ida y venida de archivos, estos programas de intercambio explotan la forma rizomática de la red. Los archivos circulan sin un punto fijo de origen, un servidor, capaz de ser clausurado por una orden judicial. Lo que se dice una “tecnología ingobernable”.

La contienda así planteada divide las aguas entre aquellos que ven en el intercambio de mp3 actos vandálicos de piratería, los neoanarquistas que los disfrutan como una lucha contestataria al poder y los músicos sin tanta chapa para los que el discurrir de los MP3 les garantiza la presentación en sociedad de su trabajo. “Si hubiese dedicado a repartir pizzas el mismo tiempo que he empleado en la música habría ganado más dinero sólo con las propinas. La creación artística no peligra con la distribución gratuita en Internet. Use el Napster o el Gnutella sin remordimientos. De verdad que a los músicos nos hacen un favor”, escribió el periodista, blogger y músico Ignacio Escolar en “Por favor, pirateen mis canciones”, un texto que se convirtió con los años en bandera del movimiento anti-copyright en España.

Pero lo que aparenta ser el caballito de batalla de los nuevos anarquistas en la red, no lo es tanto: en realidad, desde su despegue los creadores de este formato no paran de facturar por cada nuevo aparatito que sale al mercado y utiliza esta tecnología de compresión. Por cada reproductor de mp3 vendido –los nuevos chiches que rivalizan con los teléfonos celulares en el ranking de popularidad–, el instituto Fraunhofer recibe entre 0,75 y 3,25 dólares.

Así está la cosa y por el momento parece que no va a tocar fondo: el mp3 desbancó al sexo como palabra más buscada; el mp3 jubiló al discman; el mp3 desfetichizó la música; el mp3 convirtió a Internet en discoteca... La caja de Pandora se abrió y nadie la puede volver a cerrar.

Federico Kukso Página/12 Suplemento Radar 2005

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