martes, octubre 17, 2006

La fe del predicador: Fidel Nadal

Jamaica, 1998. “yo nunca habia tenido una Biblia en la mano”, recapitula Fidel: “Me acerqué a un rasta antiguo que estaba leyendo salmos en las montañas de Kingston y, cuando le dije eso, los ojos le quedaron blancos. ¡No sabés la cara que puso! Me tiró la Biblia por la cabeza y me ordenó: «Leé la Revelación». Yo empecé a buscar ese capítulo desde la primera hoja… ¡y está al final, man!”, caracajea. “Pasaban los segundos y el hombre se iba poniendo cada vez más furioso. En un momento pegó el grito y me arrebató la Biblia. Y cuando me sacó el libro… me desmayé. Al despertar, me dijo: «Vos sos un verdadero rastaman». Supe que todo había sido una verdadera revelación. En ese momento, abracé la fe.”

Esta historia es verídica. La secuencia que rememora fue el quiebre, el último viaje de Todos Tus Muertos a la isla tropical (para la grabación de El camino real, 1998). Justo después de esa “visión”, decidió poner en stand by a la banda sobre la que escupió sus mensajes con métrica punk durante casi quince años. Y, así, se alejó de la gente que lo había secundado en su recorrido por los cinco continentes (incluyendo el viaje a bordo del Cargo 92, el barco que trajo a Mano Negra a estas orillas) y con la que conformó un vértice de la Santísima Trinidad del rock latino mestizo (Dale aborigen, de ttm, 1992; al que habría que sumar Ideia Zabaldu, de Negu Gorriak, y Casa Babylon, de Mano Negra).

“Nunca había tenido una Biblia en la mano”, asegura Fidel hoy, en una pizzería de Chacarita. Que su nombre completo sea Fidel Ernesto sólo es la raíz de todo esto. Hasta aquel road trip mítico era un ateo, criado en el barrio de Almagro. De padre negro argentino (“quinta generación”) y madre blanca (“mitad española, mitad italiana”), ambos militantes de izquierda, siempre había tenido la palabra “fe” fuera de su diccionario. Por eso, dice, pisó “el resbaladero”.

Pero primero repasemos su genética: “El padre de mi tatarabuelo fue traído de Angola, como esclavo. Lo dejaron en Retiro, ahí funcionaba el Mercado de Esclavos”. Cinco generaciones después, la madre de Fidel, Susana Nadal (organizadora del Festival Pinap, el primero del rock nacional) se enamoró de Enrique, su padre. Por eso, cuando Fidel ocultó sus dreadlocks debajo del turbante, dejó de usar el apellido Nadal (“porque pertenece a quienes esclavizaron a mis padres”). Esa es la clave: “Hasta ahí, la raza venía pura… Y salí yo, ¡mitad guerra, mitad negocio!”.

¿Qué se escuchaba en familia? –En mi casa el jazz era la música impuesta. Mi padre es un gran fanático, un devoto a muerte del jazz. Pero a muerte. Yo me acuerdo de verlo subir el volumen, tirarse en la alfombra y acercar los parlantes a los oídos. Y esa música desarrolló todo en mí. [John] Coltrane y Louis Armstrong, fundamentalmente. Después, todos los otros. Wilson Picket y Otis Reading hasta que se caiga el mundo. Los vecinos nos perforaban el techo a piedrazos. Pero mi viejo se ponía ahí y nadie le tocaba el equipo. Después hubo afro cubano, merengue y salsa. Pero después.

¿Qué quedó de eso en vos? –El jazz hizo que la música fuera algo natural en mí. Porque crecí con él. Y luego, sin ningún conocimiento musical, pude desenvolverme. Además, hizo nacer mi amor por los discos, cuando estaba en sexto grado.

¿Cuáles fueron los primeros? –¿Antes que nada? Los de los Beatles.

¿Pero cuáles? –Todos. Yo tenía la discografía completa. Y no sabía ni leer, ni escribir en inglés. Pero, en fonética, sabía todas las letras. De memoria.

¿Y qué pensaba tu padre de los Beatles? –Los odiaba. Los detestaba. “Basura”, me decía. “Les roban a los negros”. Y sí... ¿No lo dijo Little Richard? ¿No lo dijo Chuck Berry? Ellos tienen más plata que nosotros, pero escucharon nuestros discos y nos robaron todo, ¿entendés? Empresas, como los Rolling Stones. O agentes encubiertos de la cia, como Elvis Presley ¿Sí o no? La historia de la música. La historia, bah si la frase no hubiese sido usada como látigo de campaña de un ser nefasto, diríamos: Fidel lo hizo. A comienzos de este verano, cuando saqué mi grabador al sol, el grandote de turbante recién desembarcaba en Buenos Aires. Fidel venía de presenciar el debut de Damas Gratis en México y de tocar ante más de 70 mil personas (junto a los Skatalites, entre otros) en el festival Rock al Parque, en Colombia. En su celular sonaba una oferta para animar el Cosquín Rock. Su discografía, en tanto, acababa de ser editada en los Estados Unidos, mientras acá salía Fuego caliente, su duodécimo disco solista en… ¡cuatro años!

Fidel es un predicador. Pero no un Pocho La Pantera, ni un Pastor Giménez… Su lengua funciona aceitada, “como una herramienta de guerra”. Y, justo debajo de ella, un dreadlock gordo y brilloso que se mece en su mentón barbado, exhibe experiencia y autodeterminación. El que lo vio en un escenario sabe de lo que hablo.

“¿Rolling Stone quiere una tapa de reggae? ¡Que ponga mi cara! Y en mayúsculas, bien grande: «reggae argentino»”, me decía cuando supo del dossier de Bob Marley. “El representante más genuino del reggae criollo soy yo.” Bueno, puede que tenga razón. Aunque le pese a una parte de la escena local, hay que decirlo: Fidel, cultor de un devocional freestyle básico, capaz de emprenderla contra el Opus Dei y los supermercados Coto, dejó vacante el altar del mal llamado rock alterlatino (lugar que, a escala local, ocuparon bandas como Karamelo Santo, La Vela Puerca y Arbol) por voluntad propia.

Según cuenta, se le rieron en la cara y le gritaron “talibán” cuando se puso el turbante, empezó con el “reggae cultural”, se convirtió en rasta practicante y basó su fe en la Repatriación (la antigua misión de Marcus Garvey y sus barcos: devolver a los “damnificados”, libres, a Etiopía). Fidel resume: “Cuando estaba loco me festejaban todo lo que decía. Y ahora me tratan como un loco.”

Rebobinemos. El joven Fidel Ernesto empieza el secundario y se mete en la matiné. Rápido. De los bailes de barrio en el Club Gimnasia y Esgrima de Villa Urquiza al Pigüel Teenager, en la Recoleta. “¡Me acuerdo! Me quería hacer el cheto y era más de barrio que las zapatillas Flecha. Llegaba a la matiné y el disc jockey ponía lo que pegaba: Roller skate, música para bailar en patines. ¡Mirá de lo que te hablo!”

¿Patinaste mucho? –No. Como me los compré apurado, no me di cuenta de que eran como dos talles más chicos. ¡Me sacaban unos juanetes bárbaros!

¿Y después qué vino? –La música disco de la época. La era del afro, Donna Summer, Sly and Robbie… El flash de la época: la peineta. Hasta que empecé a sentir que algo adentro de mí iba a explotar. Y llegó “Cocaine”, de Eric Clapton…

Y explotó –Sí, ahí me explotó la locura. Después empecé con el punk rock y mandé cualquiera. Dejé la música negra, colgué los botines. Empecé con los Ramones, Blondie, The Clash…

¿Qué bandas punks ibas a ver? –Yo nunca tuve como referente a una banda punk. Menos nacional. Pero vi a Los Corrosivos, Sentimiento Incontrolable, Tumbas nn… Pero no iba porque me gustaran. Iba para descargarme en el pogo. Y cuando no me alcanzó con eso, empecé a cantar. Esa era mi intención.

Alcanza, al menos, para entrar en el cuadro de situación. Un día el niño encuentra a un imitador de u-Roy en un disco de deejays jamaiquinos, mientras hurga en el altillo de la disquería Amigos de la Música, de la peatonal Florida. Y, unos cuantos años después, Fidel ya es una especie de Cristo negro que se inmola en directo junto a Sizzla Kalonji, el representante global del género.

En el medio, reseteó su carrera artística y los otros ttm tuvieron que hacer lo mismo. Las diferencias entre el ala punk –liderada por la guitarra de Gamexane y seguida por el bajo de Félix y la batería de Pablo Potenzoni– y la fracción religiosa –Fidel y el otro vocalista, Pablo Molina– se habían hecho insostenibles.

El resto es historia contada. Puso pausa y empezó con un proyecto solista que derivó en Lumumba: un trío vocal junto a Molina y su hermano menor, Amílcar. Dos discos de ragga roots, viajes por toda Centroamérica, un programa en Radio Cero (proyecto multimedia de Omar Chabán). Y, mientras se aventuraba en su misión solista straight, montó Black King: un local de soundsystem en Ayacucho y Corrientes donde él era selector. Cuando la policía allanaba, sólo encontraba jugo de naranja, galletas verdes y té de jengibre.

Empezó a pedir que la gente con “hábitos de alcohol, cigarrillo y cocaína” se retirara de sus conciertos. Y despistó a los últimos seguidores de ttm. Pero no le importó. Se convirtió en embajador de la Comunidad Boboashanti Argentina. Una organización disuelta hace poco menos de un año, que aunó a doce militantes de la Repatriación esperanzados en reconstruir el planeta desde el continente negro, en sólo dos mil años. “El mismo tiempo que la raza blanca dominó el mundo.”

Ahora, mientras sus ex compañeros (Molina incluido) montan una banda reloaded, al estilo Velvet Revolver pero cansino (ttd, junto a Los Auténticos Decadentes), él sigue hablando de Haile Selassie I (emperador de Etiopía, descendiente del Rey Salomón, de la 225ª generación), de la Sagrada Trinidad, de su manera de difundir la fe rasta… “Y ellos siguen tocando las canciones de antes. ¿Sabés qué pienso? Que en esta parte de la nota tenés que poner: «Cría cuervos» y puntos suspensivos”.

Doce discos en cuatro años (uno de ellos en vivo en ¡Japón!) lo dicen todo. “Podrán decir: «Cantidad no es calidad». Pero poné un disco mío y escuchá…” Es el único artista del reggae de este lado del mundo que carga con el sonido original del género (y también el único argentino que tocó en un auténtico “tabernáculo” rasta). No necesita a Enroll Brown para sonar roots como Los Cafres, ni mover los dreads como si estuviera en trance místico como… ¿todo el resto?

Por si fuera poco, Fidel marcó un antes y un después en la historia de la cumbia villera a partir de la combinación con su amigo Pablo Lescano, líder de Damas Gratis (en Cemento, en Pasión de sábado y en más de quince versiones repartidas en diez discos de ambos).

¿Existe el reggae criollo? –No. El reggae en la Argentina es muy superficial. Quieren tocar roots pero no saben, no les da la nafta. Acá, las bandas hacen falso roots. No sé si es la ubicación geográfica o qué. Pero están como diez años atrasados. Así que vos [le habla al grabador], en 2015, sacá esta nota del archivo: el reggae en la Argentina está igual que el fútbol en China.

¿No hay buenas bandas acá? –No. No hay bandas de reggae original. De hecho, el roots no se fabrica más, ni en Jamaica. Pero a los argentinos les gusta la música vieja, por eso insisten. Creo que la única banda que carga con el viejo sonido es Midnigths. Y son de Trinidad Tobago. Y acá pasa lo mismo que pasó siempre. No es nuevo: yo ya vi varias olas de reggae local. Y todas tuvieron un defecto que no pudieron revertir. Y es que el reggae tiene mucha fuerza, pero las bandas de acá lo hacen débil, aburrido. Buscan agradar, pero no dejar mensaje. Y, encima, hay muchos que arriba del escenario se la dan de alto reggae, andan con dreads y mueven la cabeza como si estuvieran en trance místico. Acá los falsos rastas lideran la movida. Entonces… no se dejen engañar.

¿Cómo llegó el reggae a la Argentina? ¿Con Luca Prodan?

–Ni con Luca, ni con la Hurlingham Reggae Band. Con Jimmy Cliff en el estadio de San Lorenzo. ¿Esa jugada la sabías? Yo no estuve, pero me acuerdo. Fue a fines de los 70, en un clásico Carnaval del club; tocó en el Viejo Gasómetro. Después vivió un tiempo en Mar del Plata. Ese fue el primer desembarco del reggae en la Argentina. Porque, bueno, era Jimmy Cliff: pensá que Bob Marley se escapaba de su casa para ir a sus conciertos y escucharlo cantar.

¿Cuál fue el primer festival argentino del género? –En 1988, 1987. Pero sólo me acuerdo que estaban Los Cafres, Bombo Clat!, Kingston Reggae Band… Había una bocha de bandas cuando esto empezó. Pero todas se cayeron igual de rápido.

Parece que seguimos con los mismos referentes de esa época –¡Claro! Si acá lo máximo que hicieron fue traducirse “No Woman, No Cry”. Por eso los productores sólo traen bandas de la época. Porque en donde está el nuevo sonido, no hay bandas. Hay cantantes: Sizzla, Capleton, Anthony b, Luciano. Te nombro a los solistas rastas...

¿Cuál es el número uno? –Sizzla Kalonji. Acá es desconocido, sólo exclusivo de un grupo que está creciendo cada vez más. Pero vos sabés que incluso en Boboashanti, el reggae es una música detestada. La única música rasta es el Niabinghy [N. de la R.: música de tabernáculo, retumbe del tambor que representa al bajo más antiguo]. Igual, el reggae es una música querida por muchos rastas. Y por eso, trae muchas connotaciones que pueden llevarte a abrazar un estilo de vida, una manera de ver el mundo o una filosofía de vida.

¿Creés que es la era del reggae? –No sé, pero falta poco para que, en las novelas, entre el pibe cuando la madre está fregando y le diga: “Mamá, me voy a poner una banda de reggae para ver qué tal me va”. Y suene: “Johnny Was a Good Man” [se ríe]. Me alcanzaría con que pase como pasó con la cumbia. No sé... Si te piden que pongas una cruz en un casillero si creés que eso va a pasar, ¿la ponés?

¿Vos? –Yo no. Ojalá, pero no hay soundsystems en los barrios. ¿Y cuántas bailantas hay en la Argentina? Millones. La cumbia es más popular que el rock en la Argentina. ¿Por qué? Porque hay gente y hay lugares.

También los hay para el reggae –Sí. Pero a mí me gustaría que en los barrios pase como con la cumbia. Porque el rasta les puede dar elementos para mejorar a esos pibes. A mí me los dio.

Hasta ahora, ¿cómo te fue en tu cruzada por los barrios? –Mirá, yo tuve una idea. Y se cumplió. Pero no en su totalidad. Mi misión: hacer una combinación con cumbia villera para exterminar la vagancia. Pero en vez de tomar el mensaje, me punguearon las bases. Yo le di mis discos a Pablo Lescano y a él se los robaron. Como era lo que escuchaba el Marley de la villa, las cintas empezaron a circular con precio de tesoro. Y las manos que las tocaron, copiaron algo. Discos del Rookie, Cafú Banton, Negro Jethro… Panamá style. Gracias a la combinación que hice con Lescano, podés escuchar el antes y el después de esa cumbia. ¡Ahora se escucha el bajo! Así que, si hablamos de influencias, yo te digo una cosa y que no te queden dudas: fui yo. Yo le cambié el sonido a la cumbia villera.

Juan Ortelli / Rolling Stones Argentina

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