martes, octubre 17, 2006

Tinta indeleble

“¡AaAaaaargggghhhh! ¡Dios, cómo odio que me tatúen!” El grito resuena en el estudio de tatuajes y todo el mundo suelta la carcajada, porque quien dice la frase tiene casi medio cuerpo cubierto de tinta y, además, es uno de los artistas del tatuaje del programa Miami Ink, que emite People & Arts los lunes a la medianoche. El tipo se llama Ami James, tiene 33 años y el aspecto de un Vin Diesel sin los anabólicos, y es uno de los dueños del local ubicado en la Washington Avenue de South Beach. También es quien les pide a los asistentes de producción que vigilen que nadie se apoye en su rojísimo auto vintage, como para apoyar su papel de rudo en la semificción del reality show. Igual, por más que sea divertido cuando conversa, no es la clase de tipo al que te gustaría ver enojado. Pero todo cambia cuando toma la máquina tatuadora y, sin dibujo previo sobre la piel, deja marcado para siempre en su cliente un diseño elaboradísimo y único. Entonces a Ami le cambia la expresión y el televidente entiende que está frente a un auténtico artista.

En la esquina del estudio de tatuajes Miami Ink hay un árbol arrancado de cuajo por Wilma y, dicen los locales, la actividad de la ciudad cayó mucho después del huracán. Salvo la de albañiles y carpinteros, por supuesto: para reparar un techo, se consigue turno para dentro de seis meses. Además, South Beach no es lo mismo en noviembre que en plena temporada de playa, aunque el tráfico atascado en Washington Avenue y la paralela Collins no lo delate demasiado. Sin embargo, cada vez más turistas preguntan por el sitio donde cuatro maestros de la dermografía y un aprendiz japonés muy gracioso le ponen color a la piel del barrio trendy de la ciudad que Babasónicos imaginó como parte de la geografía argentina.

Ami James fue quien reunió a sus amigos cuando decidió poner el estudio un local no más grande que el resto de los que pueblan Washington Avenue. Y fue casi al mismo tiempo que le propusieron hacer el programa de televisión. Ahora, mientras un maestro en la antigua técnica japonesa (con agujas montadas sobre una especie de palitos para el sushi) tatúa a Ami, Chris Garber es quien hace las preguntas para mantener el interés de los espectadores, aunque probablemente ya conozca las respuestas. Es que a este tipo que parece el hermano alto de Steve Buscemi se lo considera uno de los mejores tatuadores del mundo y por su estudio de Los Angeles han pasado la mayor parte de las estrellas de Hollywood.

Más tarde entran al lugar Chris Nuñez, de ascendencia cubana y copropietario de Miami Ink, y Darren Brass, quién tendrá la sorpresa de su vida: su padre viajó desde Connecticut y quiere que el muchacho con cara de bonachón le tatúe tres pingüinos. “No se imaginan lo que esto significa para mí”, dirá más tarde. “El está orgulloso de lo que hago y creo que si no existiera el programa, igual me habría pedido que lo tatúe. Por supuesto, cuando empecé no podía entender por qué quería dedicarme a algo así y me decía que no iba a poder ganar dinero con eso. Pero era parte de los prejuicios que existen con el tatuaje y afortunadamente él pudo ver que tengo éxito en lo que hago.” Si uno de cada siete adultos de los Estados Unidos está tatuado, ¿por qué don Brass senior no?

Nace una estrella

Durante toda la grabación, el único que no se pierde detalle es Yoji Hamada, el aprendiz, que decidió hacerse tatuador porque el embarazo de su mujer lo convenció de que era muy tarde para convertirse en estrella de rock. “En el piloto hicimos que él tomara el rol del aprendiz, pero después de grabarlo él decidió que de verdad quería ser tatuador, porque no podía vivir sólo de las propinas”, explica Garber. “Y ahora es la estrella del programa, porque es un personaje.” Sucede que las cámaras de Miami Ink no se detienen sólo en cómo se desarrolla un diseño ni en el proceso de la dermografía sino que, también, explora en las historias de tatuados y tatuadores. De hecho, el interés mayor del programa está en esaespecie de psicoanálisis con agujas y tintas, y en lo que les pasa a los cuatro artistas y su aprendiz cuando salen del estudio. Es entonces cuando podemos ver al duro Ami haciéndole de baby sitter al bebé de su amigo Yoji, o a una chica que dejó las drogas y quiere hacerse un diseño hindú que tenía un amigo muerto de sobredosis. “Después de catorce años trabajando en tattoo shops, me siento como un barman que escucha todas las noches las historias más tristes y las más divertidas”, asegura Ami. Y Garber suelta la frase que provoca la carcajada de sus compañeros: “Igual, cuando hago tatuajes sin cámaras, las historias son mucho menos deprimentes que en el programa”.

Los cuatro tatuadores dicen que la dermografía ha sido su principal interés durante toda su vida, que dibujan desde el jardín de infantes y que todos tuvieron su tiempo como aprendices. Un momento en el que la pasaron mucho peor que Yoji, aseguran, aunque uno ve al simpático japonés limpiar, preparar los instrumentos y hasta ir a buscar el café. Y cuando finalmente lo dejan hacer un tatuaje, lo cargan todo el tiempo. Es que si pasa esa prueba sin que le tiemblen las manos, el tipo tendrá futuro. “Yoji es un amigo, así que le tenemos un respeto diferente”, dice Ami. Y Garber apoya: “Es un estudiante que tiene cuatro maestros... ¡y no tiene que pagar!”.

–Todos ustedes empezaron a dibujar de chicos. ¿Es un problema que Yoji haya decidido ser tatuador a los 32?

Ami: –Hace tanto que trabaja en negocios de tatuajes que conoce bien el negocio y sabe diferenciar entre tatuajes buenos y malos, y qué debe hacerse o no. Evoluciona muy bien porque trabaja muy duro. Todos estamos esperando que esté listo para largarse a tatuar y a ganar su propio dinero. ¡Así nos sacamos un peso de encima!

Yoji: –Sé que no es fácil porque soy un desastre (risas). Nunca en mi vida había dibujado, mi pasión era la música. Pero ahora lo hago todo el tiempo, porque sé que será mi trabajo.

Tattoo you

Cuando el padre y el hermano de Darren Brass entran a Miami Ink, el enviado del NO está justo detrás de uno de los camarógrafos, que hasta ese momento seguían la evolución de la rana con garras que adornará por siempre la pierna de Ami James. A un costado, Yoji prepara todo para que Garver y Nuñez le tatúen sendas lágrimas en los dedos índices al primer director del programa. “Esto va a dolerte mucho, dentro de un rato vas a estar lloriqueando como una perra”, lo alienta Garber. La excitación de estar en el piso mientras se graba el programa dura poco: hay que salir porque las cámaras cambiarán de posición. A la calle, donde el aroma del mar, que está a dos cuadras, convence a los turistas de que están en el lugar indicado. Pero también puede ser el sitio perfecto si uno quiere tatuarse: en la guía telefónica figuran casi cuarenta estudios. Y es en ciudades como Miami, Los Angeles y Nueva York está radicada la mayoría de los 30 mil artistas dermográficos de los Estados Unidos.

Entonces es tiempo de subir al control. O sea, un departamento de dos ambientes situado justo arriba del local, en el que se amontonan laptops, monitores, cables y cargadores de baterías. Martín, un asistente de producción argentino (aunque vive en Miami desde que tenía 7 años), es quien le dice al NO que en el programa trabajan unas cincuenta personas y que cada capítulo lleva una semana de grabación. Hace poco, el éxito de Miami Ink provocó –además de la aparición de un programa rival llamado Inkled– que los cuatro artistas se tomaran un descanso para desarrollar los diseños de las remeras que se venderán en los principales shoppings de Estados Unidos. Nadie quiere descuidar el negocio, por cierto.

Pertenecer al círculo de tatuadores grossos tiene sus privilegios, aunque los cuatro de Miami Ink digan que es un trabajo que se hace más por pasión que para hacerse rico. Por ejemplo, estos tipos han dejado su marca indeleble en la segunda capa de piel de los cantantes David Lee Roth yD’Angelo, el súper mago David Blaine, la top model Helena Christensen, y los actores Robert Downey Jr. y Jeaneane Garofalo. Y hay un detalle: todos los que salen tatuados en cámara pagan como un cliente cualquiera. Los precios, explican los cuatro, dependen del tamaño del tatuaje y del tiempo que llevará hacerlo. Uno básico cuesta entre 300 y 400 dólares, y un diseño complejo y grande (como el águila que Garver le tatuó en la espalda a un cliente) oscila entre los 1500 y los 2000. Pero, como buenos profesionales, tienen un consejo para aquellos que sólo quieren tatuarse porque está de moda: “No es una idea muy brillante, porque las modas cambian, pero los tatuajes permanecen”.

Un tutor para el tattoo

A veces uno piensa que conoce bien a alguien hasta que un buen día descubre que bajo la manga de la camisa escondía el logo de Pantera, y que se lo hizo antes de verlos en Ferro en el ‘95. Por eso, y como ahora a todos se les ocurre hacerse algo, vuelve el body piercing, los tatuajes y la posible regulación de la actividad, esa que hace más o menos dos meses ocupó primeras planas. Algunos los usan como una declaración de principios, de amor o de gustos. Y de gastos, porque los ta-tuajes van de 40 a 2000 pesos, según el gusto. Otros lo toman como recuerdo de impulsos espontáneos y de corto sentido. Tito se acaba de tatuar una frase de Bob Marley que incita a liberarse de la esclavitud mental. “Lo escucho desde chico, y la frase tiene que ver con que soy surfer y cuando estoy entre las olas me siento libre”, explica. Facundo, en cambio, decidió ayer hacerse una golondrina y hoy ya están trabajando en su brazo. Dice que tiene tres, y que nunca supo por qué se los hizo.

Las tendencias, dicen, van cambiando. Sobre todo cuando la cantidad de consumidores aumenta tanto. “En cada temporada hace furor un diseño distinto. Hace ocho años eran todos delfines, después pegaron los tribales, y lo último son las estrellitas, sobre todo en las chicas”, detalla Mariano, dueño y fundador del famoso local American Tattoo.

La Galería Bond Street es uno de los reductos jóvenes más importantes de la ciudad de Buenos Aires. Ahí, entre tantos fetiches adolescentes, discos, sedas y remeras cool se erigen cerca de quince casas de tatuajes a las que acuden diariamente cientos de pibes –diría Santo Biasatti– dispuestos a dejar la billetera por hacerse uno.

¿Por qué los tatuajes y body piercing son símbolo de juventud? Quizá volver a casa con un aro en la lengua sea uno de los actos más comunes de rebeldía que pueda cometer un adolescente. Bueno... tal vez ya no. Hace unos meses, y después de que se empezara a hacer en La Plata y en Mendoza, en la Legislatura porteña se hablaba de regular la actividad. La Asociación de Tatuadores y Afines de la República Argentina (Atara) y trabajadores independientes se plegaron al proyecto presentado por la legisladora Beatriz Baltroc, del Movimiento Autonomía Popular, que exige la realización de un curso de capacitación y el requerimiento de una licencia habilitante para tatuadores. Igualmente, hoy la discusión está frenada por el juicio político a Aníbal Ibarra, por las muertes de Cromañón.

“Si se aprueba la ley, los padres van a tener que acompañar a sus hijos o autorizarlos por escrito junto a una fotocopia del DNI”, advierte Baltroc. Pero ley o no, muchos ya aplican la política de no trabajar con menores. Al menos eso dice el cartel de American Tattoo. “Nosotros pedimos que vengan con los viejos porque muchos tienen una mala imagen de nuestro trabajo. Después estarán de acuerdo o no con el tatuaje, pero al menos se quedan tranquilos en cuanto a la seguridad de sus hijos. Hoy, por ejemplo, vinieron dos chicas con una madre que vio cómo era todo, se tentó y se también se hizo algo”, apunta Mariano.

¿Qué dicen los clientes? A algunos les parece bien, como a Omar, un chico de diecisiete años que acepta con gusto llevar a sus padres hasta donde lo tatúen. Diego, en cambio, no podría tener dibujada la cara de su madre en el pectoral derecho al mejor estilo Pipi Romagnoli, porque ella misma le habría negado la autorización aunque todo fuera seguro.

¿Por qué hay que tener dieciocho o más para hacerse un tatuaje? Mariano responde: “Muchos chicos se quieren tatuar los antebrazos o las manos, y hoy no les jode porque los mantienen los viejos, pero mañana pueden perderse un laburo por eso. Cuando tenés quince años no sabés qué querés de tu vida, entonces por ahí venís, te hacés algo que es definitivo, y quizás hoy te gustan los Ramones y mañana Horacio Guarany”.

Parece, entonces, que si se quieren hacer las cosas bien, conviene consultar con los tutores antes de hacerse cualquier cosa, aunque sea pordiplomacia. Eso derribaría el primer intento de rebeldía. Ahora bien, ¿estas prácticas son aún ataques contra las convenciones sociales? Para Mariano ya no lo son. “Antes me tatuaba para ser diferente, ahora lo hago para pertenecer”, dice un tema de Social Distortion, su banda preferida, y él suscribe. Mira los motivos orientales que relucen en sus brazos y recuerda: “Antes te discriminaban, ahora todos tienen algo: un arito, un tatuaje. Es la influencia de la tele, y se da como en una banda de música, primero la siguen diez, después cien y después cien mil”.

Roque Casciero

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