martes, octubre 17, 2006

Los Mondongo

El grupo Mondongo tuvo un sueño: retratar a Diego Maradona. Los motivó, tal vez, el pasado como jugador junior de Manuel Mendanha, o la devoción que rinde Agustina Picasso al “hombre redimido”, consciente de lo difícil que es dejar sus propios pequeños vicios. Ellos son artistas a seis manos, los mejor cotizados del momento: deslumbraron a los reyes de España con retratos hechos de espejitos de colores (y se rieron en privado); utilizaron, en vez de pintura, carne ahumada, golosinas, galletitas para tributar al pintor Lucien Freud, Amalita Fortabat o a Caperucita. Para el Diez imaginaron una única materialidad: ni hilos dorados de fantasía, ni brillo artificial. El fanatismo les dictaba oro. Oro auténtico en cadenas para componer la imagen del ídolo festejando en el Mundial ’86, sobre fondo de resina color petróleo que no eludiera el lado oscuro. Los Mondongo (Mendanha, Picasso y Juliana Laffitte) se convirtieron en artistas-fans, capturados por la devoción, acríticos, corridos de ese estado de semi cinismo que dedicaron a los Reyes o las mujeres de alta sociedad. Atribulados, en ese estado de gracia que los acerca a la masa, cercanos a los géneros del deslumbramiento (la oda, el panfleto) así recuerdan: ¿cómo lo hicieron?
El oro no es trivial en esta historia: tardaron en conseguirlo, les complicó la búsqueda y los presupuestos, y cuando llegó les anuló los acostumbrados guiños, dobleces, asperezas.... Este es el minuto en que el artista sucumbe ante su propia emocionalidad, se enamora de una imagen y le quiere rendir culto. “Hace dos años empezamos a buscar el oro –recuerda Juliana Laffitte–. Pusimos las cadenas encima de cinco mil clavos, a cinco centímetros de la base sobre un fondo de resina negra, como petróleo, negra, negra...”. Confrontados ante el joyero, entrenados en el arte del regateo que los convierte en mucho más que artistas, desvelados por encontrar un precio baratísimo: así fue cuando eligieron ser obvios..., más que obvios. No había otro modo de pensar al ídolo: la linealidad, ¡el punch! ¿Las razones? Debería desprenderse inmediatamente la causalidad entre la carnalidad del pintor Lucien Freud y el uso de carne ahumada en su retrato, o entre el perfil del Papa y las hostias que lo dibujan sobre la madera. “A pesar de que nosotros tratamos de no cerrar las obras, de no decir que es por esto y esto, en los retratos tiene que ser directa la relación con los materiales. En otras series hay más puntas de donde agarrarlo y surgen otras lecturas”, confirma Manuel Mendanha. Oro, entonces, sólo oro.
Juliana Laffitte: –Tenía que ser oro para El Diego (tal el título de su retrato, adquirido a 170 mil pesos por la firma Casinos Victoria) porque es el material más noble que existe. Diego está hecho de una materia que excede a la media. Yo no tenía una historia previa de fan pero siempre me despertó una fascinación, a partir de los cuentos de Manuel, que ha pasado tanto tiempo hablando de sus proezas.
Manuel Mendanha: –Siempre lo admiré mucho, jugué al fútbol desde chico. Yo siempre quise jugar como él.
Agustina Picasso: –Todo confluía para que el combo fuera óptimo: se lo dedicábamos, lo firmábamos con él y encima era a beneficio.
–¿Pensaron en abaratarlo usando metal de fantasía?
J.L.: –Fue una discusión dentro del taller: ¿qué hacíamos si finalmente no podíamos conseguir las cadenas de oro?; ¿era lo mismo si era de hilo dorado? Yo les decía que si no era de oro, era lo mismo que poner carne falsa en el retrato de Lucien Freud, el pintor de la carnalidad. O en el de Rembrandt. No se puede poner falsa carne y pintarla encima. No se puede emplear hilo de fantasía porque puede ser interpretado como que uno quiere hacerle denotar brillo, y nada más.
A.P.: –Pero a mí no me importaba que el oro fuera trucho o no; lo importante era que brillara.
Cada vez hacen menos retratos: de hecho a uno de los últimos que idearon (del galerista que los estafó, a base de mierda), lo vienen postergando, descartando... Lo que llegó es la serie de motivos del dólar en variaciones expuestas en la muestra Merca, que acaba de terminar en la galería Ruth Benzacar. “El personaje nos sirve para pensar una historia –explica Mendanha–; lo de Maradona fue medio extraño, porque últimamente estamos tratando de plasmar una narración.” Agustina Picasso recuerda que el personaje no le despertaba gran cosa, lo corría al territorio de minorías por fuera de la fascinación, hasta que la capturó el costado extrafutbolístico. “Después de la recuperación –admite la rubia fatale– me agarró el fanatismo. Me obsesionó esa capacidad de dar ejemplo, de dejar todo atrás y apostar a la vida estando al borde de la muerte.” Cholula como una del montón, colada en conversaciones privadas entre Maradona, Pablo Codevila y Adrián Suar (El Chueco, para Picasso), se inmiscuyó en la privacidad del astro durante la subasta. “Me tiraba muy buena onda –reconstruye–, hablaba del programa, pasaba al lado de Mike Tyson. Yo estaba como loca, me partía la cabeza. El tipo es un imán... Siempre fui escéptica, pero me tocó... Yo caigo tan fácilmente en la tentación y sin tener la presión de ese hombre... ¿El cómo hizo?”
M.M.: –Para exaltarlo, la imagen que usamos es la foto de él levantando la copa en México ’86. Eso va acompañado del oro, inmerso en un petróleo negro que habla de otra realidad que lo vincula a lo oscuro.
A.P.: –Su lado negro también es la parte que lo hace hermoso, la que lo hace brillar: hace al Dieguito, le permitió salvarse y salir adelante. Yo no sería el Diego ni por un día, no lo aguanto.
–El Diego se convirtió en su obra mejor cotizada, tal vez ayudada por la tele...
J.L.: –Un retrato de Diego es caro de por sí, y nosotros veníamos cotizando bien... Como espectadora, me di cuenta de que era muy vistoso, con mucha presencia en relación a los otros, con ese dorado tan llamativo. No me impresionó ninguna de las otras obras en especial; la idea no era que hubiera un diálogo sino que apenas compartieran la temática.
M.M.: –Un retrato no es sólo una persona, habla de otras cosas: cuando hicimos a los reyes con espejitos de colores tiene implicancias mayores. Aquí también se puede bucear profundo.
Con El Diego se siguen enfrentando a ese territorio tan insólito para un artista plástico: la masividad corrida de la escena de la galería o el museo, compatible con el brillo televisivo, logrando que el gerente de programación de un canal (Suar) y el ídolo deportivo se peleen por llevárselo. El límite para la producción a gran escala no es el trabajo por encargo: lo hicieron y con gusto. Pero sí se detienen un paso antes de la línea de montaje seriada: no respondieron ni a uno de los pedidos que llegaron de a decenas de parte de miembros de la producción de La noche del Diez para atesorar su copia del retrato caro. Tal vez ese límite tan liviano entre el arte y la industria (que les permite fantasear con tener su equipo de aprendices, reproduciendo como en una The Factory vernácula), y esa atracción por los ídolos populares, los acerque a la estética de Andy Warhol, al que toman como referente junto con Marta Minujín. Aunque haya límites precisos.
“Warhol exaltaba la belleza y hacía seriaciones sobre los rostros –se diferencia Manuel Mendanha–, nosotros preferimos contar una historia, aunque el reflejo en la audiencia sea muy parecido.” Les gusta cargar las tintas sobre cómo se enfrentan a los circuitos clásicos del arte, “esa cagada” (en palabras de Agustina Picasso); subrayan su propio camino alternativo, deambulando por tres galerías (Braga Menéndez, Maman y Ruth Benzacar) en cuatro años, acusando públicamente de estafa a Daniel Maman violando el principio de la convivencia armónica (¿o hipócrita?) entre artista y galerista, y hasta defendiendo la exhibición de arte como fondito para una segunda actividad tan poco jerarquizada como puede ser apostar en la ruleta de Casinos Victoria.
J.L.: –Está bueno que nos pueda ver mucha gente.
A.P.: –Que no estén condicionados como cuando van a ver arte al museo. Declamarán el mismo amor por el oro, la piedra pirita (que dedicarán a Alan Faena, ver aparte) o la carne ahumada, el jamón y hasta la mierda... llegado el caso. “Después de dos horas de trabajar con carnes ahumadas, parece que te comiste una vaca entera”, se queja Mendanha. “Tenemos hasta una serie pensada con mierda, y no podemos decir a quién haríamos (trascendió que proyectaban retratar al galerista Daniel Maman). Pero se trabó porque no nos dieron el espacio”, sigue Laffitte. Su manual indica también que a un ídolo popular nunca se le dice que no, y por eso sueñan con un retrato colectivo de la familia Maradona a pleno, con Claudia a la cabeza.
Los guía la escuela Minujín de trabajo con materia comible o de descarte, el cholulismo culto de Warhol, la carnalidad palpable de la obra de Lucien Freud.... Les es indiferente la definición que les carga ser un producto de diseño, la justificación de que su boom es apenas el dictado de una moda. La provocación se expresa en ese tonito socarrón que sólo pierden al hablar de Maradona (¡como la media!) y vuelven a ganar cuando describen su último gran proyecto, el megarretrato de Faena para presidir su nueva torre, hecho de pirita, el oro de los pobres. “Atrae los bienes materiales –justifica la Picasso–. Es adecuada para él, ¡y tiene un brillo!”

La ficha:

Se bautizaron a sí mismos como los Mondongo en el 2000, cuando expusieron en el Centro Cultural Recoleta sus doce máscaras de yeso con rostros de figuras pop bajo la consigna: ¿Son caretas? En el 2002 sorprendieron al ambiente de la crítica de arte con sus retratos de Amalita Fortabat y Federico Klemm a base de golosinas. Luego llegó el pedido de los reyes de España y la internacionalización: hicieron el retrato de la familia real con espejitos de colores, con guiño incluido a su público local. En su extenso catálogo de personajes de la cultura popular hechos con materiales no convencionales están Caperucita y el Lobo en plastilina, imágenes porno bajadas de Internet en galletitas de chocolate y la Casa Blanca en trucha y jamón ahumado que sólo se consiguen en la Patagonia. Se jactan de un camino alternativo habiendo rotado por tres galerías en cuatro años (Maman, Braga Menéndez y Ruth Benzacar); defienden la necesidad de que el artista esté bien cotizado (ellos de verdad lo están), denuncian frecuentes estafas de los galeristas, se incorporan al mercado atrayendo el pedido de la señora paqueta o del nuevo rico, pero se reservan un segundo para el sarcasmo, como cuando retrataron a Jorge Glusberg en caramelos media hora que terminaron derritiéndose. El subdirector del Museo Reina Sofía, Kevin Power, no ahorró grandilocuencia a la hora de definirlos: “El modo en que utilizan los materiales es una bofetada en el rostro de la burguesía”.

Producir y abaratar:

–¿Podrían describir el proceso de creación de El Diego?
M.M.: –Los clavos tenían que estar a 90 grados porque, si no, no funciona; es una técnica que venimos desarrollando hace dos años. Antes los clavábamos directamente sobre la madera a mano, y quedaban imperfecciones. Conseguimos una máquina que hace los agujeros y ahora quedan exactamente a 90 grados.
J.L.: –Poner la resina es otra historia: hay que tirarla con una jarra delicadamente entre los intersticios de los hilitos.
–¿Cómo amplían su público?
A.P.: –El resultado de la subasta de El Diego, esa cantidad de guita reunida: te emociona. Como artista querés hacer algo útil. El arte es muy careta, y queda todo en un ambiente de mierda. Es muy elitista, no es popular, y el intento es llegar a nuevos públicos, a gente con cero recursos, al interior.
J.L.: –En el interior del catálogo de Merca viene un poster de Caperucita: puede ser una punta para que la obra pueda circular entre más gente. ¿Acaso no aprendimos de la historia del arte leyéndola en los libros? ¿Pero usar materiales baratos? Si no cotizás no sos bueno, sería autodestructivo. Y además no se bajan los precios de las obras con materiales baratos. Hay artistas que venden acuarelas, un material baratísimo, a miles de dólares.

Entre Minujin, Warhol y Faena:

–¿Sus parecidos y diferencias con Marta Minujín y Andy Warhol?
A.P.: –No necesariamente es un principio de Mondongo querer preservar la materia, por ahí hagamos algo que sea efímero como la emplea ella.
J.L.: –Nuestros guías van variando por épocas: pero hicimos versiones de Rembrandt, de Marcelo Pombo, de Lucien Freud. Compartimos con Warhol la idea de qué es un ídolo...
M.M.: –Nos relacionan con Warhol por la manera opuesta con resultado similar de encarar los retratos.
–Sobre todo dialogan con Warhol en El Diego, ídolo popular como los de sus series de retratos...
J.L.: –En esa línea hemos hecho a David Bowie, al Papa en hostias sobre madera.... No sabemos quién lo compró porque en el arte también te estafan. Poco a poco vamos reconstruyendo un camino de obras perdidas.
–¿Y por qué decidieron retratar a Alan Faena?
A.P.: –El tiene un edificio espectacular, y nos convoca para trabajar en unos ventanales de siete metros de alto: haremos los vitreaux. Nos acaba de llegar la piedra para el retrato de Alan, en pirita. Es una piedra dorada que, al romperse, deja ver en su interior una inmensidad de cubos perfectos.

Julián Gorodischer

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1 comentario:

lucia dijo...

flor de hijos de puta los mondongo.
sera buena la obra, pero como personas estas hechos de mierda.
y todavia tienen cara para jactarse de que fueron estafados.
Si los cuadros hablaran...