domingo, octubre 08, 2006

Los rostros olvidados

Hace cinco años, el mundo asumió el compromiso de ayudar a los países más pobres. Las metas para 2015: eliminar la pobreza y garantizar la educación. Historias sobre el verdadero drama humano.

NUEVA YORK.- En abril del año 2000 todos los países del mundo se comprometieron a ayudar a las naciones más pobres para que su gente viviera mejor. Eliminar la extrema pobreza y garantizar la educación universal para 2015 fueron algunos de los objetivos fijados. Los líderes mundiales se han reunido estos días en las Naciones Unidas para evaluar el progreso que se ha obtenido con relación a esas metas. Estas historias, relatadas en textos y fotos, les dan humanidad a cada uno de esos grandes objetivos generales. Las personas que las protagonizan nos hablan del sufrimiento que hay detrás de esas metas pendientes, y también de su extraordinaria resistencia y de su voluntad para superar la adversidad. Las fotos son de Diego Goldberg y los textos, de Roberto Guareschi, dos periodistas argentinos que viajaron a siete países, contratados por Naciones Unidas. Estas fotos y estos textos son algunos de los que se exhiben ahora en la sede central de la ONU, en Nueva York.

Kaima/India

Kaima vive en Rajastán, en el desierto de Thar, arena roja sobre las rocas más viejas del planeta. El piso llano parece el fondo de un mar seco: piedras pequeñas, grietas en la arena apelmazada y silencio. Esa geografía exige mucho trabajo de Kaima y su familia, que viven en la pobreza. Las mujeres en la familia de Kaima son analfabetas y han sido casadas en la primera infancia. Ella es la primera, en incontables generaciones, que se apropia de la lectura y la escritura, y de su vida. Tiene 12 años y parece menor por su vocecita y por su pequeño cuerpo, pero no por lo que hace

Kaima dirige una asamblea; más de cincuenta mujeres de la zona se organizan para viajar a la ciudad de Phalodi a reclamar más agua. Hay un acusado: un hombre a sueldo del gobierno que no distribuye lo suficiente. Y hay defensores: los parientes de él. La vocecita se impone al griterío.

Un año atrás, esta energía estaba dedicada a tareas de la casa. En el ínterin hubo un curso de cuatro meses, intenso y revelador, al que asistió pupila. Kaima aprobó quinto grado y estudió ciencia, salud y tecnología. Aprendió que tenía derecho a la igualdad. Y mostró que poseía un don para el trabajo social.

La transformación fue rápida y difícil. Su abuela materna la retiró apenas había comenzado: el marido de Kaima, un niño como ella, sólo tenía el tercer grado y eso traería problemas cuando convivieran. Pero el padre la llevó de vuelta a aquella escuela.

Después, chicas de una casta superior la echaron de la cena y del dormitorio. Pero Kaima sobresalía: fue elegida para hablar en la ceremonia final.

En la villa de Kaima, en el noroeste de la India, no hay escuelas y hay alta mortalidad infantil y maternal. Faltan medicamentos y comida; algunas mujeres tienen más hijos de los que hubieran querido -y a veces más de los que sus familias pueden mantener-. Y, porque comen últimas, comen menos.

De ese destino está escapando Kaima. Quiere ser piloto militar y en el camino está transformando a su familia.

-¿No estás obligada a ir a vivir con tu marido en la adolescencia?

-No hasta los 18. Mi madre dice que primero debo estudiar, trabajar y valerme sola.

La madre: -Yo no la voy a mandar antes de que termine su carrera; aunque le tome cinco, seis años más. Mis hijas mayores y yo no pudimos estudiar; eso nos arruinó la vida.

Comienza el día. Kaima se lava la cara y los pies en el patio mientras canta muy suavemente. Decenas de gorriones gorjean en una acacia. Ella es la mayor de las hijas que quedan en la casa y le espera una mañana atareada: ya ha traído leña y ahora ayudará a limpiar todo, buscará agua, alimentará a las cabras, cocinará.

Kaima va a leer el Corán en un atril sobre su cama. En estantes, junto a la pared, hay algunas de las posesiones de la familia: una vajilla de aluminio; fotos del padre, que trabaja en la ciudad. En una pequeña fuente hay recibos de donaciones a la escuela religiosa.

La vocecita de Kaima ondula en la plegaria. Del techo cuelgan dos aviones de papel, uno rojo, uno verde. Los ha hecho su madre "para reforzar su deseo". Su hija necesita todo su apoyo para vencer la fuerza de gravedad de la pobreza y animarse a tomar el riesgo. Kaima ha terminado su rezo matinal. Ahora besa el libro y lo guarda con cuidado en su estuche de tela.

Ana/Ucrania

Ana viene del infierno; se le nota en los ojos. Ese infierno es una noche interminable en la que unos hombres se apoderan de su cuerpo. En noches así, cada milímetro de su cuerpo duele. Y el alma se repliega, no da más. Hace pocos meses pudo escapar de la esclavitud sexual: el dolor aún está cerca. Pero una promesa de felicidad le da otra vez esperanza. Ana mira el teléfono; como si el oído fuera insuficiente para registrar la llamada que espera

Dos cataclismos han marcado su vida. Uno abarcó a toda la sociedad: el fin de la Unión Soviética. Su padre y su madre se quedaron sin trabajo, igual que casi todas las familias de Kamenets-Podolsky, cuando cerró una fábrica de artículos de electricidad.

El otro golpe en la vida de Ana fue la muerte de su padre. Era ingeniero; con la crisis se había convertido en albañil y luego, en constructor; su corazón no resistió. Fin del Estado protector. Fin de la protección que le daba la familia y caída en la pobreza.

El futuro estaba vacío; las drogas no podían llenarlo. Entonces apareció un conocido que le ofreció un trabajo como mucama de un hotel en un país lejano.

Hay más de cuatro millones de mujeres y niñas forzadas a la prostitución en el mundo. Ana no sabía que existía ese delito ni que ella tenía el perfil de la víctima: criada en un pueblo pequeño, joven, desempleada.

El "conocido" le pagó el pasaje aéreo y la travesía novelesca en una caravana de camionetas por el desierto. La aventura duró poco. El supuesto hotel era un departamento. La encerraron; un guardia la llevaba hasta un hotel y la traía. De día la ultrajaban dos o tres hombres; de noche hasta cinco, seis.

-Sentía que yo era nadie, nada -dice.

Algunas, en la situación de Ana, pasan años cautivas hasta que son descartadas. Ella tuvo más suerte. A los pocos meses, una noche llegó exhausta a una habitación de un hotel y un cliente la dejó dormir. Durmió días. Al fin salió con aquel hombre a la calle y al mar. Y ya no pudo volver al infierno.

En poco tiempo trabajaba de moza en un restaurante en otra ciudad y allí se enamoró de Reda, un muchacho. Pero fue descubierta por la policía y deportada.

-Cuando vi cómo desaparecía el aeropuerto, pensé "esto es el fin" . -Volvía al vacío.

Bajó en su país en pleno invierno con zapatos y ropa de verano, sin equipaje. Parecía un prisionero esperando una orden.

Dos asistentes sociales la llevaron a un refugio para mujeres que han sufrido como ella; allí recibe apoyo y capacitación para poder trabajar; y contención emocional para armar una vida.

Ana mira el teléfono. Espera que Reda le confirme la fecha de su viaje a Odesa. El ha juntado laboriosamente el dinero para el pasaje; ya no soporta más la distancia. Ahora vendrá a verla y luego, cuando reúna aún más dinero, a casarse con ella. Quiere llevarla de vuelta a su país, al mar y a la libertad que conoció allá fugazmente.

Jason/Jamaica

Jason está en el cielo: 600 chicas gritan allá abajo, agitan sus brazos ante él. Deberían verlo sus amigos. Está en el escenario de una escuela secundaria para niñas, rodeado por los músicos más famosos de Jamaica; hacen reggae y rap, tienen su edad, quizás una vez fueron pobres como él.Lo abrazan, lo muestran orgullosos. Jason tiene sida y acaba de contar su historia. Les dijo a las chicas que podían tomar el control de sus vidas. Ahora todo tiembla: el zump del contrabajo retumba en cada pecho, parece el sonido del corazón bombeando amplificado. Jason se queda en el escenario, atrás, mirando la escena. Los cinco del grupo tocan, bailan y cantan. Las 600 chicas cantan con ellos

Los últimos dos años han sido lo mejor y lo peor de la vida de Jason. Se inició muy temprano en la sexualidad. No sabe si tenía once o doce. No se cuidaba: no era de hombres cuidarse -aunque viviera en Kingston, el lugar con más alto índice de sida del país.

Cada día que pasa, en el mundo hay siete mil jóvenes que contraen la enfermedad.

Jason no era un buen alumno: era un buen peleador. A los doce corrió con un machete a alguien que lo había desafiado. Se necesitaron varios adultos para contenerlo. Ya era grandote y alto, ya parecía mucho mayor, vivía apurado.

Una vez, un conocido le ofreció un revólver y un lugar en una pandilla. Corría peligro de convertirse, como muchos chicos de los barrios marginales de la ciudad, en un violento al servicio de la delincuencia organizada. Y, como ellos, podía morir joven.

Le costó mucho, a los 17, usar esa pasión y esa fuerza para vivir con sida. Tan grande es el estigma social que en su barrio hay una mujer con la misma enfermedad que se ha enclaustrado en su habitación y le pide a su madre que diga que se ha muerto. El propio Jason se tapaba la cabeza y la cara con una toalla si tenía que salir.

En el liceo para niñas ahora rapea Red Rat, un mestizo rubio. Las chicas gritan de pie.

. Because AIDS is a disease/
That cannot be cure/
It nutt matter if yuh rich/
It nutt matter if yuh poor.

(Porque el sida es un mal que no tiene cura, no importa si sos rico, no importa si sos pobre.)

El sida aún no tiene cura, pero si uno es pobre como Jason, sobrevivir es muy caro. Jamaica AIDS Support le da la medicación y el apoyo que necesita para hacer un cambio profundo en su vida.

El niño con cuerpo de hombre se ha convertido en un adolescente que se acuerda de tomar 10 pastillas por día a distintas horas. El estudiante que se escapaba al mar a pescar es hoy un artesano que hace velas. El peleador acelerado ahora dice:

-Ahora, antes de entrar en una pelea pienso cómo puedo evitarla.

El peligro aún está ahí, pero él se cuida.

El muchacho que no sabía nada del sida y estaba aterrado de que se supiera su enfermedad, hoy se gana la vida contando su historia, dando ejemplo, en clubes de baile, en instituciones, en recitales como el de hoy.

Llaman a Jason al escenario. Ahora es el cierre. Camina tranquilo y se queda en un segundo plano detrás de los músicos. Disfruta de la escena en medio del estruendo. Luego pone una mano sobre el hombro de Red Rat y le dice:

-Estoy subiendo, viejo. A mi propio ritmo, voy subiendo.

Urideia/Brasil

La historia de Urideia es una historia de búsquedas. Búsqueda del padre y búsqueda del amor de su madre. Búsqueda de su identidad y de reconocimiento. Búsqueda de un oficio y de un empleo para sobrevivir. Urideia hoy tiene 19 años. Fue criada por su abuela en Natal, nordeste de Brasil, sin madre y sin padre. En su infancia, a su madre la veía muy poco: se había ido a San Pablo cuando ella tenía dos meses a buscar trabajo como empleada doméstica. Al hombre que ella reclama como padre lo veía todos los días... de lejos. Tenía un restaurante justo frente a la escuela de Urideia. Lo veía abrazando a su hijo varón

Al cumplir 15 años, se animó a entrar en el restaurante. Cuenta este diálogo:

-Eu quero conversar com o senhor. E possível?

-¿Usted viene a buscar dinero?

-Vengo a pedirle reconocimiento como hija.

El hombre se levanta y grita:

-Usted no es mi hija. Yo tengo un único hijo.

Urideia sale del restaurante y llora. "Sin madre y sin padre estoy."

Ahora, Urideia está a tres mil kilómetros de allí. Han pasado tres años difíciles en casa de su madre, en una favela de San Pablo. Ha venido en busca de "amor de madre", pero ella y Elsa son como extrañas. Hace once años que no se ven.

-Nunca me diste amor de madre.

-El amor no llena la panza -responde la madre, tragando enojo.

A veces, este enojo termina en violencia.

Después de la escuela secundaria, no encuentra otro trabajo que el de baby-sitter en la favela. Es muy poco dinero para ayudar a la madre. Urideia es uno de los millones de jóvenes que no encuentran empleo en Brasil.

Sabe que es inteligente: rinde un examen para estudiar Administración en una universidad privada y cara. Sale tercera. Pero le informan que no ha sido aceptada, sin explicaciones. Urideia entiende que la rechazan porque en el formulario escribió que vive en la barriada de Jaguaré.

Un día en la favela aparecen carteles anunciando un curso de cocina. Urideia ha completado tres meses del curso de cocina en una ONG en el centro de la favela. Aprendió lo básico de la cocina profesional. Sobre todo ha aprendido a trabajar en armonía y coordinación con sus compañeros, todos de la favela.

La cocina es una metáfora de una vida laboral ideal: hay un liderazgo claro, jerarquías, funciones y responsabilidades. Hay una retribución justa (reciben una beca) y hay un reconocimiento a la artesanía bien realizada.

Urideia ya sabe planear una comida, ir a la feria de madrugada y elegir los alimentos más frescos; sabe limpiarlos, cortarlos con su cuchillo veloz; sabe combinar sus olores y sabores, y sabe procesarlos y servirlos con elegancia.

El trabajo es todo para ella: es su herramienta para salir de la pobreza y construir su destino, y es su identidad. "Pensé que apenas iba a aprender a hacer feijão, y encontré un camino."

Urideia tiene un sueño: tener su propio restaurante y darles trabajo a otros jóvenes de la favela. Y otro más: quiere brillar en un oficio que su padre pueda apreciar. Así podrá entrar una mañana en aquel restaurante de Natal lleno de gente para mostrarle todo lo que ha hecho. Y le dirá otra vez:

-Eu quero conversar com o senhor. E possível?

No hay comentarios.: