domingo, octubre 08, 2006

Incivilización

Francia está por sufrir una apoplejía. Los países limítrofes, ya andan con dolores de pecho. Puede ser un síntoma alarmante o, quién sabe, a lo mejor tan sólo uno de esos malestares pasajeros. Debido principalmente a los nervios. Desde luego que las previsiones no deben ser buenas, si se recomienda a los turistas norteamericanos que anden con cuidado… ¡quién lo hubiera dicho!, en la Ciudad de las Luces. Ya no en Tel Aviv o Jerusalén, sino en la propia París. Eij shehagalgal mistovev (Como gira la rueda), reza una conocida melodía hebrea, y efectivamente la rueda ha dado vueltas. Y ¡cómo! Una situación tan explosiva como la que se ha venido presentando en los últimos días, es un toque de alarma que habría que ser escuchado y debidamente estudiado.

No pretenderé hacerlo a fondo: no presumo ser lo que no soy. Pero sí formularé algunas consideraciones. Los autores de los desmanes en las ciudades francesas son todos inmigrantes. En su abrumadora mayoría musulmanes, aunque habría algunos africanos entre ellos. No podemos saber cuál es la fe que profesan, pero gran parte de los negros veneran a Mahoma. Este dato, de por sí, ya es muy significativo. No lo digo yo, sino especialistas en la materia: se trata de la erupción de un resentimiento muy agudo. Porque esos elementos que incendian, destruyen y se dedican también al pillaje, son quienes, en gran medida, no han podido integrarse en la sociedad de los países que les dieron cobijo, les brindaron la esperanza de un futuro mejor. Es decir en la sociedad occidental. Por mucho que traten de ocultarlo, continúan siendo lo que fueran antes. O siguen al pie de la letra lo que hicieron sus progenitores. En castellano se suele decir que aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Alguien ha dicho que se trata de irresponsables. Francamente, estimo que no parecería ser el caso. El hecho que se hayan producido en tantas ciudades francesas, parece indicar que habría una mano directora, una guía que insta a los descontentos a expresar su irritación en actos desenfrenados. De modo que no se trata de hechos insensatos, sino que tendría una finalidad muy bien definida. En un momento dado las autoridades habrán de negociar con alguien capaz de calmar los ánimos. Las democracias todavía no pueden abrir fuego con ametralladoras contra los manifestantes. Debe negociar con alguien responsable para que esos alterados vuelvan a casa. ¿Con quién? Desde luego, con los imanes de las mezquitas. Ellos son los únicos que pueden apaciguar los ánimos. Y para prestar ese servicio, exigirán algo de las autoridades. Reafirmar sus derechos, obtener concesiones y privilegios. Y, sobre todo, demostrar que son los únicos capaces de hacer algo por las masas explotadas. Algo así como hace aquí el Hamás fundamentalista en los territorios. Excelentes maestros son los palestinos; véase como los imitan en otras latitudes. Con la misma desinformación para ocultar sus verdaderas intenciones. Que son, ni más ni menos, borrar del mapa al Estado de Israel. Lo que dijo claramente y sin reparo alguno el dirigente iraní. Y el Occidente, ¿acaso es algo bueno? No para ellos. Ahora tal vez comprendan tantos inocentes el porqué de esa lucha sin cuartel emprendida por este país, acosado desde hace tiempo por la hostilidad árabe.

Ya es hora que el mundo se despierte de su modorra. Que deje de ser falseado por quienes traman imponer su hegemonía primero en Europa, y luego en otros continentes. Los islámicos no están tan solo contra Israel, sino contra el Occidente. Contra la civilización occidental, que bien se la conoce como la civilización judeocristiana. Para imponer su modo de ser. Para hacer valer lo contrario de todos los valores que veneramos, tanto judíos como cristianos: para hacer triunfar la “incivilización”.

Moshé Yanai

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