lunes, octubre 09, 2006

Madre, ¿hay una sola?

­El pasado 22 de septiembre, las mujeres francesas se encontraron con una promesa oficial: todas las que tengan un tercer hijo recibirán, de ahora en más, y por el período de un año a partir del nacimiento de la criatura, un subsidio mensual de 750 euros (alrededor de 2800 pesos argentinos). El anuncio, realizado por el primer ministro Dominique de Villepin, apunta a remediar el preocupante envejecimiento de la población en ese país. En realidad, el subsidio existe desde hace 20 años; era de 530 euros y podía ser solicitado por cualquiera de los padres que estuviera dispuesto a dejar de trabajar durante uno, dos o tres años para dedicarse a la crianza de los hijos. Sin embargo, el 98 por ciento de las solicitantes habían sido mujeres.

El dato parece confirmar hasta qué punto en nuestra cultura, y en nuestro tiempo, el tema de los hijos parece recaer más en el área de responsabilidades de la mujer que del varón. "Durante muchos años se ha pensado en la mujer como en una criadora de hijos", señala el doctor Mel Lazarus, un terapeuta familiar que se encuentra (según una encuesta de American Psychologist) entre los diez más influyentes en su especialidad. Quizá la palabra "criadora" pueda incluso ser reemplazada por "proveedora". Al menos, es lo que induce a creer la iniciativa francesa, acaso la más avanzada pero no la única entre los países que -como casi todos los de Europa occidental- han visto caer su tasa reproductiva a menos de dos hijos por mujer. Visto así, nos encontraríamos ante la vigencia de un modelo de larga data, según el cual una familia se construye a partir de una mujer que provee hijos, los nutre, se encarga de la salud y de la educación de ellos, y de un hombre que provee el sustento material, la filiación, la ley.

Todavía, en el Día de la Madre, en el imaginario cultural predominante se hace alusión expresa a ese modelo, a "esa" madre, a través de dedicatorias, textos, anuncios publicitarios, canciones y demás. Se enfatiza así, de modo casi excluyente, un aspecto de la condición de la mujer hasta convertirlo en rasgo de identidad. La psicoterapeuta Laura Gutman (autora de La maternidad y el encuentro con la propia sombra), que trabaja con grupos de madres, lo explica así: "Lamentablemente, la cultura tergiversa nuestras funciones, llevando al inconsciente colectivo a confundir lo específico del ser maternal, con lo abarcador del ser mujer e incluso del ser femenina, como si se tratara de la misma cosa". Es que, si bien "mujer" y "madre" empiezan con la misma letra (y tienen la misma cantidad de letras), la primera palabra comprende a la segunda y no necesariamente al revés.

Cosas del querer y del deber

En Lo quiero todo y lo quiero ya, una investigación sobre sentimientos y búsquedas de las mujeres de 30 años en adelante, la comunicadora Marilen Stengel se pregunta: "¿Por qué a estas alturas del siglo XXI tantas mujeres profesionales, librepensadoras, dueñas de sus vidas, siguen creyendo que lo natural es querer tener hijos? ¿El deseo de tenerlos está en nuestros genes? Crecemos con una idea que no se discute. La sociedad, nuestra familia, nuestras parejas, todos coinciden en que lo preferible, o lo ideal, es que nos realicemos como madres. Pero ¿es eso lo que queremos? ¿Es eso lo que queremos todas?"

Desde una perspectiva determinista, en la cual sexo, anatomía, conducta e instinto están indisolublemente unidos, la respuesta sería un sí taxativo y terminante. Distinta es la mirada de la psicóloga y sexóloga María Luisa Lerer (autora, entre otros, de Hacerse mujer en un mundo de hombres que no besan). Ella recuerda que todavía en los siglos XVII y XVIII, cuando una mujer tenía hijos, los entregaba a una nodriza o ama de leche. "Se festejaba el nacimiento del bebe, los invitados acudían a la fiesta, pero el bebe ya no estaba. En las clases altas, aristocracia y burguesía, la lactancia maternal estaba mal vista; se la consideraba una vulgaridad innecesaria y la mujer no era reconocida por esta actividad", recuerda.

Todo esto lleva a un tema complejo y controvertido. ¿Las madres nacen o se hacen? ¿El instinto es genético o es una construcción cultural? ¿Las mamás saben más acerca de sus hijos (qué necesitan, qué quieren, cómo se sienten, qué les duele) porque su instinto les provee ese conocimiento o, simplemente, porque los usos y las costumbres familiares en nuestra cultura les permiten y las inducen a permanecer más tiempo junto a los chicos, lo cual las lleva a aprender por el método de ensayo y error? Si los hombres pudieran y se permitieran una mayor cercanía y participación en la crianza, la alimentación, la salud y el ida y vuelta emocional con sus hijos, ¿no se vería aflorar también en ellos un poderoso "instinto" paterno?

La historiadora y filósofa francesa Elisabeth Badinter responde en cierto modo a esto en su ya célebre XY, la identidad masculina. A mediados del siglo XIX, recuerda, cuando ya había avanzado la Revolución Industrial, el modelo familiar cambió: los hombres se vieron forzados a trabajar todo el día afuera de sus casas (y, con el crecimiento de las ciudades, cada vez más lejos), en fábricas, minas, talleres y oficinas. El contacto entre los padres urbanos y sus hijos se fue reduciendo de manera notoria y el padre se convirtió en un personaje lejano, casi misterioso para sus hijos. "Se impuso, de facto, una separación radical de los sexos y los roles", dice Badinter. "Por un lado, la mujer, madre y ama de casa; por el otro, el hombre trabajador, encargado de la alimentación".

Todo cambia

Las transformaciones sociales del siglo pasado, especialmente en su segunda mitad, han modificado nuevamente los modelos familiares y han favorecido inéditas áreas de discusión alrededor de los roles sexuales y genéricos. Pero, se sabe, los discursos y las ideas cambian con más velocidad que las conductas y las estructuras sociales. Hoy ya no se piensa como en el siglo XIX o en los inicios del XX. Pero nos sorprenderíamos si nos ofrecieran fotos y películas de acciones y vínculos en los cuales nos descubriéramos reflejando esos modelos pretéritos que a veces creemos agotados. Un fenómeno parecido al que ocurre cuando observamos en el cielo la luz de una estrella que ya no existe.

Así, palabras como "madre", "mamá" y "maternidad" emiten destellos, evocan vivencias, conectan con pensamientos que acaso ya no reflejan la amplia gama de posibilidades vinculadas con esos roles y funciones. Hasta no hace mucho, al menos en términos históricos, mamá era la mujer que nos criaba, nos vestía, nos alimentaba, nos daba los remedios que el médico recetaba, nos llevaba a la escuela y nos buscaba, nos confortaba en nuestros dolores físicos y emocionales, y operaba como confesora. Eso se esperaba de ella y, a juzgar por los relatos de vida escuchados y compartidos, eso era, en general, lo que se recibía. Abnegación, ternura, comprensión, sacrificio, paciencia e intuición eran atributos inmediatos de la maternidad. Canciones, pinturas, relatos literarios, semblanzas y películas refrendaban la imagen. Y a ese icono clásico se homenajeaba cuando se honraba a la madre.

¿Es así hoy? Vivimos en el siglo de las preguntas y de la incertidumbre, no en el de las respuestas y las certezas. De manera que es conveniente detenerse en ciertos fenómenos que ya están incorporados al escenario en el que vivimos. Entre ellos:

.El crecimiento estadístico del número de madres solteras por elección. Algunas de ellas a partir de una relación pactada así con un hombre; otras, como producto de una decisión unipersonal que el padre ignora; otras, por fertilización asistida.

.Las parejas de varones homosexuales que adoptan un hijo o conviven con los hijos de uno de ellos o de ambos.

.Las parejas de varones homosexuales que alquilan vientres para concretar el propósito de tener hijos.

.Las parejas de lesbianas que adoptan o conviven con los hijos de una de ellas o de ambas.

.Las parejas de lesbianas en las cuales una de ellas se embaraza, en una relación sexual con un hombre o mediante fertilización asistida, para cumplir el propósito de tener hijos.

.Las parejas heterosexuales que alquilan vientres como sucedáneo de su infertilidad.

.El aumento de las adopciones legales, ya sea por parte de parejas constituidas o de personas solas, hombres o mujeres; un proceso que, si bien tiende a ser facilitado por medidas como la reciente apertura de un Registro de Adopción, todavía suele empantanarse en ominosos obstáculos burocráticos que desalientan a personas con caudales amorosos bien predispuestos.


¿Qué define la maternidad? ¿El sexo, la biología, la ocupación del rol, el desempeño de las funciones? Esta pregunta es crucial frente a las situaciones enumeradas. Si madre es quien engendra en su vientre, quien está casada con el padre y constituye con él una familia, quien se encarga de un modo indelegable de tareas de crianza que le son asignadas por su condición de mujer, parece claro que el casillero materno estará vacío en casi todos los casos anteriores.

Si la maternidad se define, en cambio, a partir de funciones, como la organización de lo doméstico, la facilitación de los vínculos hogareños, la conexión de los recursos emocionales en la familia, la fundación de espacios receptivos, parece claro que no es tan importante quién ocupa ese lugar sino que las funciones estén atendidas. Sobre todo cuando, en plena época de transformaciones vinculares, aparecen aun otras formas posibles de la maternidad reflejada en funciones:

.Mujeres que tienen nuevos hijos en un nuevo matrimonio, los cuales se suman a los anteriores.

.Mujeres que no tienen hijos (por elección o por otros motivos) y establecen una pareja con hombres que sí los tienen y conviven con esos hijos.

Mirar con nuevos ojos

"Hay una gran confusión acerca de los roles en esta época de pérdida de identidad", señala Gutman. Y la desorientación llega al punto en que se confunde habitualmente rol con función. Padre y madre son roles; se trata de los personajes en el teatro de la vida. Maternidad y paternidad son funciones. Aquello que los personajes hacen, aquello que define su rol. Se puede ocupar un rol sin cumplir la función inherente a él, sin darle significado. Y se puede cumplir una función sin ocupar el rol. Es muy importante tener esto en cuenta frente a las nuevas formas de organización familiar (o desorganización del modelo tradicional).

A las funciones maternas antes descriptas, se agregan, complementariamente, las paternas: ser instrumentador, sobre todo en materia de conocimientos, para la salida de los hijos al mundo, operar como guía en experiencias de exploración de situaciones nuevas, actuar como activador físico, generador de normas, gestor de relaciones sociales de la familia. Tampoco estas funciones están determinadas por el sexo. Se puede decir que unas funciones, las maternas, se nutren de energías receptivas, de espera (estructuralmente presentes en mayor proporción en las mujeres), y las paternas, de energías activas, de búsqueda (estructuralmente presentes en mayor proporción en los varones).

Como explica el médico y psicoterapeuta Norberto Levy, creador del concepto de pareja interior: "Así como existe una relación de pareja con otro ser humano, existe una relación de pareja interior entre los aspectos masculino y femenino de la propia individualidad, así como existen los polos de un imán o los puntos cardinales en un espacio geográfico". Esto significa que, en la crianza de los hijos y en la vida familiar, los roles de padre y madre organizan y orientan, dan a cada uno un lugar desde el cual actuar. Pero ambos, la mamá y el papá, poseen (en distinta proporción y disposición) los instrumentos para el cumplimiento de todas las funciones. Estas son siempre necesarias para un saludable crecimiento y desarrollo de los hijos. Y, por sobre todo, es importante y decisivo que se provean de amor. En la medida en que el amor sea expresado a través de acciones antes que por declaraciones, el cumplimiento de aquéllas estará garantizado.

Mirando el cuadro desde esta perspectiva, se abren los horizontes. Las madres ya no estarían atadas a su condición biológica. Elke Herms-Bohnhoff, consultora familiar alemana que abogó por una concepción más libre y más creativa de la maternidad en Hotel Mamá (un profundo estudio sobre lo beneficioso que resulta para las madres que los hijos, en determinado momento de su evolución, dejen el hogar materno), advierte que "una madre no es una empresa de servicios". Esto significaría, precisamente, que la biología no ata a la mujer a un rol. No está obligada a criar de por vida por el solo hecho de ser mujer y de haber parido. Como propone Gutman: "Se trata de criar a los hijos sin perder la autonomía interior, sin quedar encerradas con llave en el mundo doméstico".

Algo parece irrefutable: madre ya no hay una sola, como decía el refrán. Al menos no hay un modelo exclusivo ni un único modo de ejercerlo. En todo caso, sí es posible aspirar a un propósito válido para todos los modelos. Que quien desempeñe funciones maternales lo haga con el propósito de dar lo mejor de sí en beneficio del desarrollo de otro ser, sin empobrecerse en el intento. Esto significa, no ser para el otro, sino ser con el otro, en una relación de mutua libertad. En cualquier vínculo, esto podría entenderse como la más afinada definición del amor. Que, en definitiva, es de lo que se habla en el Día de la Madre.

Sergio Sinay

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