Para los más jóvenes su nombre evoca a un desopilante agente de inteligencia, un morochón de metro noventa que salía a cazar “subversivos” interceptando satélites con la laptop que escondió en una caja de ravioles. El agente Tito Cossa que aparecía hace un par de años en el programa Todo por dos pesos, por Canal 7, está en las antípodas del auténtico Tito Cossa, un dramaturgo que fue punta de lanza de la movida cultural contra la dictadura, a finales de los 80, y que es conocido en el extranjero por el mítico personaje de su obra La nona, que se sigue estrenando en diferentes teatros del mundo.
Como cada tarde Tito Cossa prende su pipa. Dice que hoy por hoy su casa es el único lugar donde fuma porque está cansado de soportar la presión social sobre los fumadores y que cada vez haya menos lugares donde no esté prohibido fumar. “¡Con decirte que en una reunión de gente de mi generación el único que fuma soy yo!” Tito va a cumplir 71 años el próximo 30 de noviembre pero parece menos. Suelta volutas de humo para la foto mientras recuerda que hace un rato escuchó por radio que (el músico y locutor) Gillespie decía que para ser intelectual sólo basta con fumar una pipa. “La gente que ve esta foto se preguntará en qué piensa el intelectual. Y lo que en realidad piensa es en cómo saldrá Boca el domingo...” Hincha de Boca furioso, con camisa y pantalones de jeans, Tito Cossa es lo que se dice un hombre de teatro. Aunque también reconoce que nunca dejó de ser un periodista, sobre todo porque no puede pasar una tarde sin escuchar la radio por miedo a perderse algo, como si fuera, dice, el jefe de redacción de un diario. Hoy, dentro de Argentores, sigue actuando incansable ante reclamos políticos, sociales y gremiales de la comunidad tea tral, algo que viene haciendo desde hace varias décadas. “Mi última trinchera es Argentores, donde coordino a las comisiones designadas por la Junta Directiva en diversos ámbitos, para apoyar la Cultura... Estamos revalorizando el rol del autor que se está perdiendo peligrosamente. Porque el autor se ha ido diluyendo. Desapareció de la radio; en la televisión se forman esos equipos donde la identidad literaria está muy cuestionada. Y en el cine pasa lo mismo: los directores escriben... Se ha perdido el rol literario del autor y en Argentores creemos que hay que recuperarlo. A lo mejor es una batalla perdida, pero hay que hacerla.” Su trinchera anterior se construyó en 1995, cuando un grupo liderado por Alejandra Boero fundó el Movimiento de Apoyo al Teatro (MATE), que peleaba por la sanción de la Ley de Teatro. “Hicimos una convocatoria bajo el lema: Políticos: ¡Basta de verso, llegó el tiempo de la poesía! Era una sentada en la calle y jamás nos imaginamos que íbamos a llegar a cinco mil personas. Logramos sacar la Ley de Teatro, que creó el Instituto Nacional de Teatro y fue un hecho muy positivo porque el instituto cumple el mismo rol, en chiquito, que el de cine: tiene fondos y los distribuye entre todos para el estímulo de la actividad teatral.”
¿Está relacionado con la gran cantidad de salitas de teatro que crecieron en los últimos años en Buenos Aires?
Sí, en Buenos Aires la proliferación de salitas de teatro tiene que ver con el Instituto. No otorgan mucha plata, pero le dan como para pagar algunos gastos y bueno, ya con eso tenés algo de ayuda... En realidad el Instituto Nacional de Teatro abarca todo el país, y realmente es muy federal, muy democrático, teniendo en cuenta que recibe la mitad de los fondos que le corresponden porque Hacienda se queda con la otra mitad. Del total de 14 millones, reciben 6 ó 7 millones... pero de todas maneras ha sido muy importante en el interior del país. Ciudades donde el teatro estaba casi muerto pudieron reabrir salas, y en Buenos Aires se fundó ProTeatro, que es algo similar, pero para el ámbito de la Ciudad. También con MATE logramos una medida importante, que fue la autarquía del Teatro Cervantes, para que sea como el Teatro San Martín, con presupuesto propio, manejo libre y horario específico: ¿podés creer que los empleados se regían por horario de la administración pública? ¿En un teatro? La ley salió pero todavía no se cumple.
¿Qué opina de la política de Cultura de los últimos años en la Argentina?
Para mí es la misma política de siempre. En la Nación el porcentaje destinado a Cultura es uno de los más bajos de América latina. En la ciudad de Buenos Aires, es uno de los porcentajes más altos del mundo. Cuando fuimos a hablar, a nosotros nos dijeron: La Cultura es importante, pero no es prioritaria . Y bueno... Para los políticos la cultura es una cosa ajena, para pocos. Es aceptada sólo cuando se trata de grandes figuras, pero la cultura y el arte son la identidad de un pueblo... Fijate que en este momento nosotros hemos avanzado como país hacia el exterior con el tango mucho más que con otras políticas... Y justamente porque los políticos no terminan de entender esto es que en la Argentina no se hacen políticas permanentes, que no dependan del funcionario de turno.
¿Qué haría falta para cambiar esta situación, además de la decisión de los políticos?
Bueno, también es cierto que nuestro ambiente no se une. Primero por el individualismo que existe en nuestra profesión a pesar de que estamos acostumbrados al trabajo en equipo. Y también hay una idea equivocada que es eso de creer que los gobiernos, si te llaman, es para usarte. Tendríamos que pensar al revés: Bueno, te usan. Usémoslos . Porque en el tema del arte no se puede estar fuera del sistema: el arte es básicamente –en Teatro está visto– una suma de oficios difíciles que deben ser entendidos, profundizados, transmitidos y para eso se necesitan escuelas, espacios para aprender y para que te reconozcan. Todo eso reclama una política seria de los gobiernos. Y fijate que los únicos que se toman en serio la Cultura son los militares, que lo primero que hacen es prohibirla.
Gente de teatro
Hijo y nieto de inmigrantes italianos, la suya fue una familia de actores. Nació en el barrio porteño de Villa del Parque, al que sigue considerando su barrio a pesar de que después tuvo más de tres mudanzas. Su papá era una máquina de trabajar angustiado por sostener a la familia, a pesar de que su profesión de mecánico dental era, en aquellos tiempos, una buena profesión. Su mamá criaba hijos, había aprendido guitarra y fue profesora, pero recién retomó el piano cuando enviudó y los hijos estuvieron grandes. Hijo del medio, Tito creció bajo la sombra de dos tíos paternos: el menor, René Cossa, que fue un actor prodigio de niño, trabajaba con Pablo Podestá y después fue director de radioteatro y autor de sainetes, y llegó a ser durante el primer gobierno peronista Director de Radio y Difusión: “Dirigía los desfiles de actores y esas cosas de los actos peronistas...”, recuerda. El otro tío, Miguel Cossa, era también actor y también pertenecía al teatro comercial, pero era un cómico: tuvo su cuarto de hora cuando hacía un personaje de un funebrero al que Juan Carlos Pinocho Mareco le preguntaba por alguien y él invariablemente respondía: Azul quedó . “Mis tíos eran tipos de la farándula, por lo tanto a mí me costó mucho elegir el teatro porque en mi casa el teatro era eso: la farándula.” Los tíos René y Miguel aparecían como aquello a lo que había que oponerse estética, política e ideológicamente. “Es natural que los jóvenes se rebelen contra los mayores –explicaba Tito Cossa hace unas semanas a la revista Ñ–. Nosotros hicimos lo mismo. Al teatro político épico, al teatro de la resistencia de los Cuzzani, Kizarraga o Dragún, nosotros respondíamos con el Naturalismo. Poníamos a dos personajes en escena diciendo: Hola cómo te va y pensábamos que era la revolución total. Por matar a los padres escribíamos como los abuelos.” En ese ambiente de familia tana, Cossa hizo la primaria en una escuela pública de Villa del Parque y la secundaria en el colegio Sarmiento. En realidad sólo hasta cuarto año, porque lo echaron. El motivo de esa expulsión será el tema de una obra de teatro algunos años después. “Me echaron por una broma. Teníamos que escribir una composición porque el 17 de octubre era el aniversario de la muerte del músico Chopin. Y yo hice, a propósito del 17 de octubre, todo un juego entre Chopin y el peronismo. La profesora de música le pasó mi composición al director, y le director llamó a mi padre y le dijo que no tenía más remedio que echarme. Así que el último año fui a un colegio privado porque me conseguí una beca. Uno de esos institutos donde van los hijos inútiles de los ricos...” Hizo un año de Medicina, luego la colimba y tras la muerte de su papá empezó a trabajar en periodismo... entró a Clarín en 1956 y, en simultáneo, empezó a hacer teatro con un grupo de actores: “Podría haber sido actor –admite –, pero creo que funcionó en mí el miedo al escenario. Arthur Miller decía que los autores somos actores tímidos... Yo digo que somos actores cobardes.”
¿Cómo llegó La nona?
La estrené en 1977. En realidad nació porque Alejandro Romay citó a cinco autores –Carlos Somigliana, Germán Rozenmacher, Ricardo Talesnik, Ricardo Halac y yo– para hacer en Canal 9 un libro de televisión para un ciclo unitario con el protagónico de Pepe Soriano, que ya tenía su personaje de Don Berto, un viejito italiano. A nosotros se nos ocurrió que fuera una mujer, la nona, en lugar de el nono... Y yo lo escribí. Tiene algunos tics de mi abuelo materno que vivía con nosotros: el cocoliche y eso que tienen los viejitos de comer a cada rato... Lo escribí en 1970, lo hizo finalmente Canal 13 dos años después, y yo recibí sólo algunos elogios. La cuestión vino con la obra teatral. La estrené en 1977 y todavía se sigue haciendo.
En todo América latina, España, Italia, Francia, Alemania... Hace poco la estrenaron en Turquía.
Esa es la diferencia entre el teatro, que perdura, y la televisión, que se devora todo...
Escribió La nona –esa metáfora siniestra de la viejita insaciable– mientras esperaba el turno en lista de espera para abordar, como tantos otros, un barco de carga de ELMA con sus bártulos y sus libros rumbo al exilio. Cuando llegó el momento se dio cuenta que tenía una obra exitosa y un grupo de trabajo con los dramaturgos Carlos Somigliana y Carlos Gorostiza, y no tenía sentido irse del país. Después del éxito de La nona –que cosechó también una molotov en la puerta del teatro y con ello más popularidad –, Cossa formó parte de Teatro Abierto, una reacción de los autores cansados, molestos por una especie de ninguneo en las salas oficiales, en la televisión estatal, en las escuelas de teatro donde. Veintiún autores, todos de golpe haciendo teatro a las seis de la tarde en plena dictadura, fue una movida equivalente a las del rock y de las revistas Humor y Satiricón . Después de eso –derrota de Malvinas mediante– llegó la apertura democrática de 1983 y, con ella, su etapa de mayor actividad. Ya había escrito Gris de ausencia (1981) y Tute cabrero (1981). Después siguieron Ya nadie recuerda a Friedrich Chopin (1982) , sobre aquella historia del secundario. Y también El viento se los llevó (1983), De pies y manos (1984), Los compadritos (1985), y Yepeto (1987) otro gran éxito que hizo famoso a Darío Grandinetti y que todavía se hace en España... Pasaron los años y Tito Cossa sigue fiel a su línea, entre la esperanza y la denuncia: Pingüinos , estrenada en 2001, habla de los jóvenes de hoy –dice–, de esa necesidad de huir de la realidad que los expone a la violencia, al fracaso, a la marginación.
Claudia Selser
domingo, octubre 08, 2006
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