Tiene todos los caprichos y todas las poses de un monstruo, de uno grande que pisa fuerte: es bestialmente inmensa, tanto que es inabarcable de punta a punta en el término de una vida, se expande a un ritmo atroz invadiendo cada esquina del planeta y engulle a cuanto curioso se adentra en sus orillas inexistentes, convirtiéndolo sin resistencia en un adicto, en esclavo de sus caprichos y de sus cuelgues histriónicos. Y, por si faltara poco, esa bestia técnica llamada Internet, el octavo continente, la otra dimensión de la realidad, también tiene dueño, aunque prefiera el título de tutor, supervisor o controlador, que ayer aseguró la continuidad de su reinado: frente a los ojos impávidos y renuentes de los delegados de 170 países participantes de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información (CMSI) que se desarrolla en Túnez, Estados Unidos retuvo su control y dominio del sistema que ejerce sobre la red de redes a través de Icann, la Corporación para la Asignación de Nombres y Números, empresa globalmente con mala fama dependiente del Departamento estadounidense de Comercio y que desde 1998 se encarga de asignar los dominios de Internet a todo el mundo. Sin embargo, el diálogo no está del todo cerrado: impulsados por la Unión Europea y aceptado por Estados Unidos, los países participantes se comprometieron a crear un foro internacional para discutir las cuestiones relativas a la web –como el correo basura, el ciberdelito y los virus informáticos– que serviría de lenta transición hacia un control menos unilateral de la red.
Cada vez que una madre preocupada le manda un mail a su hijo, cada vez que un joven descarga el último hit de su cantante favorito, cada vez que un hombre o una mujer se regodean con una página pornográfica, cada vez que un lector chequea el resultado del partido de su equipo de fútbol en un sitio web deportivo, una maraña de intereses políticos y económicos –detrás, claro, de un enjambre de cables– se tiende asegurando que los paquetes de información vayan de aquí para allá y no se pierdan en el camino. El sostén de todo eso lo ejerce diariamente el gobierno norteamericano a través del control de 13 computadoras distribuidas en distintos países que dirigen el tráfico de cada página web y mail que circulan en el planeta. En estos temas, el caos asoma cada segundo. Por eso, en su tarea distributiva, estas computadoras traducen los mails y las direcciones web en números entendibles por las millones de computadoras que pululan en el mundo. En su conjunto, a este sistema se lo conoce como Domain Name System (DNS) cuyo cerebro –o mejor dicho, el verdadero corazón de la bestia– es el master root server, otra computadora enclavada en suelo estadounidense y manejada por el Departamento de Comercio, cuyos miembros son los únicos autorizados a hacer cambios en su sistema y, además, son los que supervisan el trabajo de los 15 miembros del consejo directivo de Icann, que asigna los nombres de dominios como “.com”, “.org”, “.edu” o “.ar”. De todo esto se saca que, en teoría, Estados Unidos de quererlo podría desenchufar a un país entero de la red y nadie podría hacer nada para evitarlo.
Lo curioso es que hace unos años, en un gesto extraño y leído con desconfianza, el gobierno estadounidense deslizó que entregaría las llaves de Internet a un organismo internacional en algún momento de 2006. Pero según lo sucedido en Túnez, cambiaron repentinamente de opinión y ahora dicen que mejor prefieren quedárselas. De haberse concretado ese pase de manos, hubiese sido como si un padre diese en adopción a su hijo. Al fin y al cabo, Internet nació en los sesenta como un producto militar bajo el ala de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPA) del Pentágono. No era otra cosa más que un reaseguro defensivo: de arreciar un ataque nuclear por parte de la Unión Soviética, este sistema de comunicación diseñado en forma de red no se derrumbaría del todo, sino más bien seguiría funcionando gracias a su estructura distribuida. Por entonces nadie pensó que cuarenta años después, ese secreto guardado entre muros se les escaparía de las manos y terminaría disparándose como vitrina mundial y plataforma comercial; y menos aún que los mismos estadounidenses serían los que buscan su centralización burocrática.
Pero así ocurrió. Como también ocurre en el plano más tangible de la realidad, el argumento esgrimido por los norteamericanos en esta reunión organizada por las Naciones Unidas fue muy parecido a aquel por el cual se emplazan como la policía del mundo, esta vez levantando la bandera de la defensa de la libertad de expresión: grosso modo, argumentaron que de regionalizarse, Internet tendería a la inestabilidad y que caería en manos de gobiernos poco democráticos proclives a censurar a los internautas y reprimir lo que se conoce como “ciberdisidencia”. Sin mencionarlos directamente, estos dichos fueron claramente dirigidos hacia Cuba y China. “El objetivo de los Estados Unidos no es dominar la red sino asegurar y proteger su estabilidad; mi gobierno sigue siendo partidario del papel que puede jugar el sector privado en el desarrollo de Internet”, justificó Michael Gallagher, secretario de Estado adjunto de Comercio, dándole a la medida tomada ese opaco velo de diplomacia y falsa cortesía.
Las críticas más encendidas provinieron de Brasil, la India, China, Rusia, los países árabes y el WGIG, un grupo dentro de la ONU llamado Working Group on Internet Governance (algo así como Grupo de trabajo sobre el gobierno de Internet), que en un momento llegaron a amenazar con hacer rancho aparte y formar su propia red si Estados Unidos no cedía el control a un organismo internacional. Las posiciones moderadas estuvieron del lado de algunos países de la Unión Europea, como España, por ejemplo. El ministro español de Industria, José Montilla, abogó por adoptar un modelo multilateral de gestión y control de Internet, que se alejase del intervencionismo gubernamental en los aspectos diarios de la red, dando lugar, en cambio, a un crecimiento del papel del sector civil y privado. Australia, por su parte, se alineó detrás de Estados Unidos para evitar que la red cayese en manos de un organismo bajo el control de la ONU.
Hasta Tim Berners Lee, el creador de la World Wide Web, se opone al control estadounidense. “La Icann debería estar más vinculada a organizaciones de Naciones Unidas. Estados Unidos se hizo cargo de Internet y ahora difícilmente podría abandonarlo”, comentó.
Los sectores más fuertes de la oposición consideran que el foro impulsado por la Unión Europea no es más que un premio consuelo que evitó el papelón, sobre todo por la condición impuesta por Estados Unidos de que ni siquiera se mencione la posibilidad de un organismo global de Internet, esa creación colectiva que se modifica cada segundo, pone en crisis los límites entre lo íntimo y lo público y moldea una subjetividad nueva con efectos inciertos sobre la relación del ser humano con el mundo.
Federico Kukso
miércoles, octubre 11, 2006
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