Ante la evidencia de que nadie quiere pagar por la música, habrá que aceptar que ésta llegue a ser de uso y consumo gratuito, nos guste o no. Ahora bien, veamos el alcance y las consecuencias que semejante situación puede provocar.
Los músicos y cantantes daremos el primer paso renunciando a cobrar por tocar y cantar. Será un gustazo hacerlo y será mejor aún si otros nos acompañan. Los estudios de grabación tampoco cobrarán por registrar los discos. Ni el personal que en ellos se ocupa, ni los proveedores que les suministran el material necesario ni, siendo justos, el personal de la limpieza, los mensajeros y el servicio de correos, los encargados de mantenimiento, ni las compañías de la luz, agua, gas y teléfono. Los propietarios de los locales los cederán gentilmente sin reclamar el alquiler, ni el Gobierno cobrará impuestos, porque todo será gratuito y no existirá transacción económica alguna sobre la cual aplicarlos. Los productores, arreglistas y la industria discográfica en pleno secundarán la iniciativa renunciando a mezclar el dinero con la música. Y así, desde los accionistas hasta el mozo de almacén trabajarán por amor al arte.
Claro que entonces, por coherencia, deberemos ampliar la lista hasta las imprentas, las fábricas de discos, los distribuidores y mayoristas. Naturalmente tampoco verán un céntimo los que trabajan en las tiendas de discos, de donde los melómanos podrán libremente llevarse cuantos deseen. La Sociedad de Autores por fin desaparecerá. Ergo, las discotecas y bares musicales abrirán alegremente sus puertas a un público que podrá escuchar y bailar sin necesidad de consumir bebidas, que se servirán de balde, ya que resultaría discriminatorio lucrar vendiendo alcohol con el señuelo de la música, si sus artífices abdicaron de todo privilegio. Los mozos tampoco percibirán sueldo por despachar cervezas allá donde la música suene como tampoco lo harán los fabricantes y repartidores de líquidos cordiales, que aportarán de esta manera la dosis de alegría al ambiente festivo del gratis total. Ambiente que alcanzará a severas editoriales de partituras, librerías especializadas y luminosas tiendas de música, sin dejar fuera a los artesanos y constructores de instrumentos y todo lo que con ellos tenga relación.
Una vez llegados a este punto, el contagio será inevitable y cabe imaginar que la música en directo no podrá permanecer al margen de tamaña revolución. Puestos a hacerlo, hagámoslo bien. Managers, empresarios, promotores, personal de montaje, luz y sonido, locales de ensayo, pegadores de carteles, vendedores de entradas, todos vivirán del aire porque nadie les pedirá dinero cuando acudan a comprar lo que necesiten para vivir. La música se habrá liberado, por fin, de la cárcel de la vil materia y será como el oxígeno que respiramos. No tendrá precio. Nadie comerciará con ring tones de celular, ni será negocio vender biografías de cantantes o fascículos en los quioscos. El videoclip promocional será elevado a la categoría de arte puro. Y los compositores de música para cine, teatro, televisión y publicidad así como las estrellas de la ópera, sin olvidar a los DJ, las orquestas de baile y las compañías de danza, derramarán su talento desprendidos de todo afán de beneficio económico. Los músicos callejeros ni siquiera pasarán el platillo. Y no tendrá sentido mantener a tanto cargo político y tanto gestor cultural que viven de administrar graciosamente las subvenciones para algo que será gratuito.
Después, cual fichas de dominó, irán cayendo el cine, la literatura, el teatro, la pintura y toda clase de manifestaciones culturales y artísticas, como la enseñanza a todos los niveles, la vida intelectual, los alfareros, el periodismo y la fotografía, los bailes regionales, los ateneos y la Biblioteca Nacional... Si no queremos crear agravios comparativos, convendrá llegar hasta el último rincón de la sociedad, incluida la crítica musical.
Las figuras del pop y la cantautoría llenarán los estadios y ahí no habrá taquilla que valga. Las plantillas de los teatros y auditorios los mantendrán en perfecto estado de conservación, motivados tan sólo por la pasión de la música en libertad, como un servicio al pueblo. Los músicos y todo aquel que de una u otra manera dependa laboralmente de esta actividad podrán frecuentar los bares, restaurantes y hoteles sin tener que abonar la cuenta. Y Bill Gates regalará las computadoras y accesorios pertinentes para copiar y bajarse música, y sus empleados obtendrán gratuitamente la comida, la ropa y la vivienda, con lo que ello significa y la repercusión que tendrá en la economía.
Y así, sucesivamente, se irá destejiendo la red hasta llegar a poner el mundo patas arriba. El momento ha llegado. Gracias a la tecnología digital será posible lo que ni la Revolución Francesa, ni la República española, ni el Soviet Supremo, ni el Mayo del ‘68 hicieron realidad. Nosotros tenemos una nueva oportunidad para materializar la Arcadia soñada.
¿Vamos a ir por todo o sólo queremos música gratis?
Jaume Sisa es un legendario cantante catalán desconocido en la Argentina pero venerado por buena parte de la música española, de Serrat, Sabina y Aute hasta Mecano y Alaska.
domingo, octubre 08, 2006
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