miércoles, octubre 11, 2006

Amor y dolor en Africa

Si bien la producción inglesa "El jardinero fiel", transposición del best seller político-romántico escrito por John Le Carré y ambientado en Africa, está lejos de ser un proyecto estrictamente personal, el director brasileño Fernando Meirelles (consagrado hace tres años por el éxito mundial y las cuatro nominaciones al Oscar de "Ciudad de Dios") no se escudó en la comodidad de justificarlo como "un encargo" y salió a apoyarlo con mucha energía y su habitual simpatía por todos los rincones del mundo.

Desde su première mundial en la competencia oficial del último Festival de Venecia -donde LA NACION lo entrevistó-, Meirelles acompañó luego su exitoso estreno en los Estados Unidos, donde este proyecto de 25 millones de dólares de costo ya lleva recaudados 35 millones, su lanzamiento en Brasil y su reciente presentación en la apertura del Festival de Londres, previa a su salida comercial en territorio británico. El film, que desde pasado mañana se verá en los cines argentinos, ya figura entre los favoritos a los principales premios de fin de año y en la lucha por las candidaturas al Oscar.

"El jardinero fiel" ("The Constant Gardener") reconstruye en varios tiempos narrativos y con un permanente tono épico la historia de un gran amor entre un alto funcionario de la British High Commission (Ralph Fiennes) y su esposa (Rachel Weisz), una activista radical que es brutalmente asesinada al comienzo del film por denunciar los negociados y abusos de las grandes corporaciones farmacéuticas en el inestable continente africano.

Meirelles filma las calles de Nairobi y la inmensa villa miseria keniata de Kibera con la misma visceralidad (vertiginosa cámara en mano, colores fuertes) con que lo hizo en las "favelas" de Río de Janeiro en "Ciudad de Dios", pero más allá de su innegable profesionalismo, la película -que remite en algunos aspectos a "La intérprete"- se resiente en parte al apelar a ciertos lugares comunes de la corrección política.

"La novela de Le Carré es muy creíble -se defiende el director paulista, que acaba de cumplir 50 años- y nosotros hicimos además un intenso trabajo de búsqueda de locaciones reales y de investigación para conocer a fondo los abusos de la industria farmacéutica. Nos comprometimos mucho con la historia y siento que resultó un film honesto, sin el más mínimo oportunismo."

-¿Cómo hizo para incorporarse tan rápido a una producción ya armada y que estaba en manos de otro director? -Mike Newell iba a dirigirlo, pero le ofrecieron filmar "Harry Potter y el cáliz de fuego" y tuvo que renunciar. El productor Simon Channing Williams tenía todo listo para empezar, me propuso el proyecto a mí y finalmente acepté.

-¿Qué lo atrajo de la historia, más allá del desafío de dirigir su primera gran producción en inglés? -En principio no estaba demasiado interesado porque justo estaba desarrollando un proyecto personal, pero cuando aceptaron rodar en Kenia -donde yo justo estaba investigando para mi película- en vez de hacerlo en Sudáfrica decidí incorporarme. También me involucré porque vengo siguiendo el tema de las corporaciones farmacéuticas desde hace cinco años, cuando el gobierno brasileño decidió no respetar las patentes de algunas drogas indispensables para combatir el HIV en un programa de atención enteramente gratuito destinado a evitar una epidemia. Esa decisión generó una impresionante maquinaria de lobby por parte de las multinacionales del sector, opuestas a la ley de genéricos. Se terminó pagando 70 centavos por una píldora que antes costaba 6 dólares. En el libro, Le Carré también apunta contra la explotación de los laboratorios. Se basó puntualmente en un caso de Nigeria, donde hace cuatro años se hicieron pruebas con nuevas drogas en gente pobre y desinformada que fue usada como conejillo de Indias, a cambio del tratamiento gratuito de otras enfermedades para sus familiares. Después de cuatro o cinco meses, empezaron a tener efectos terribles, no podían caminar. Ahora, esas compañías están siendo llevadas a juicio por abogados estadounidenses.

-¿Se sintió cómodo filmando en inglés una historia tan ajena? -Nunca me imaginé haciendo una historia así. Jamás me pondría a escribirla, pero fue muy enriquecedor. A mí me gusta más el estilo de Robert Altman, que utiliza historias corales y entrelazadas para hablar de otros temas. "El jardinero fiel", en cambio, es la historia de un hombre de principio a fin. También admiro los guiones y la forma de trabajar con los actores de Ken Loach y Mike Leigh, aunque mi estilo de filmar es más intenso y complejo. El guión original tenía muchos detalles sobre la industria farmacéutica y muchas observaciones sobre la clase alta británica que terminé eliminando en gran medida porque el primer corte excedía las tres horas. Algunas de esas cosas van a estar en el DVD. También me costó mucho dirigir a actores británicos, porque en la entonación, en los pequeños matices del idioma, reside buena parte de la carga dramática.

-¿Y cómo fue la relación con Le Carré? -Afortunadamente, muy buena. Al igual que Fiennes, tiene derecho de elección y de veto. Le Carré tiene que aprobar al director, al elenco, al guión definitivo y al corte final. Es una persona muy poderosa. Por suerte, jamás me dijo qué tenía que hacer y acaba de decir públicamente que es la mejor versión cinematográfica de una novela suya.

-¿Cómo hizo para filmar en las calles de Kenia? -Con un equipo muy reducido: mi director de fotografía, César Charlone, que es mi amigo y socio desde hace 15 años; un sonidista con micrófono inalámbrico; los actores, y yo. Usé una cámara muy liviana y pequeña como la A-Minima de Súper 16 milímetros y pasamos casi inadvertidos. Fue como hacer un documental, mucho más fluido, natural y creíble que si hubiésemos filmado en un set construido.

-¿Cómo le cambió la vida él éxito de "Ciudad de Dios"? -Me abrió todas las puertas. Yo esperaba hacer 500.000 espectadores en Brasil y listo. Pero la película fue a Cannes, vendió tres millones de entradas en mi país, recaudó 25 millones de dólares en todo el mundo, ganó 50 premios internacionales y llegó a los Oscar. Yo empecé como arquitecto, luego probé con la animación para ver mis dibujos en movimiento, de allí pasé al video experimental, más tarde a la producción independiente en televisión, a filmar comerciales (en diez años hice casi 900) y finalmente al cine. Para ser preciso, me ofrecieron 115 proyectos en Hollywood después de "Ciudad de Dios": desde películas de acción hasta westerns, pasando por historias ambientadas en la Edad Media. Lo más cerca que estuve fue cuando viajé a Los Angeles para hablar con Russell Crowe para hacer "Colateral", que terminó dirigiendo Michael Mann y protagonizando Tom Cruise. Creo que recién dentro de 8 o 9 años podría hacer una película en Hollywood [risas]. Mi modelo de carrera es Pedro Almodóvar, que filma en castellano películas que no exceden los 6 u 8 millones de dólares y puede recuperar ese costo porque ya tiene una audiencia internacional cautiva. Hasta le "robé" a su músico (Alberto Iglesias) para "El jardinero fiel".

-¿Y cuál será su próxima película? -Retomé el proyecto que tenía antes de "El jardinero fiel". Su título provisional es "Intolerance: The Sequel" y pienso rodarlo el año que viene. Se trata de siete historias independientes, en siete idiomas y en siete lugares del mundo, como China, Filipinas, Kenia, Brasil, los países árabes o los Estados Unidos, y que con el correr del relato se van uniendo. Es una mirada crítica sobre la globalización desde perspectivas muy diferentes, pero con una dimensión más filosófica que política.

Diego Batlle / Diario La Nacion / Buenos Aires / 2005

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